El laberinto es un símbolo antiguo, que está presente en las diferentes culturas, tanto en Occidente como en Oriente. Él es generalmente representado como un complejo de caminos enredados, diseñados para que desconcertar a quienes tratan de encontrar la salida.
En la tradición alquímica simboliza los desafíos y las pruebas que los iniciados debían atravesar para depurarse espiritualmente y así alcanzar la tan deseada piedra filosofal, es decir, la perfección. Es en este momento que el adepto alcanza el núcleo de sí mismo. Los alquimistas creían en lo que se denomina Laberinto de Salomón o Laberinto de las Catedrales, una imagen predominante en la filosofía cabalista, que encabeza algunos manuscritos de esta ciencia oculta.
La forma laberíntica se puede encontrar en edificaciones tridimensionales, como el mítico Laberinto de Creta, uno de los principales mitos griegos. Asimismo, en jardines construidos en este formato, en los dibujos impresos en periódicos y otros espacios antiguos y modernos, como Internet, también diseñado como un laberinto.
En la red, el laberinto obtiene una connotación moderna. Dos estilos ingeniosos se utilizan para atravesar la Web. En uno de ellos, conocidos como las estrategias de Ariadna, todo camino es señalado –recordando la antigua táctica de Juan y María que marcan el trayecto con migajas de pan– para que se pueda, más tarde, volver por la misma vía, si así el internauta lo desea.
En el otro, el usuario va navegando sin prestar atención al camino, a través de ensayos y errores, de sitio en sitio, sin que sea posible rehacer el camino recorrido. Tanto un plan como otro pueden llevar al internauta a obtener los más variados frutos de su búsqueda.
Este símbolo también se utiliza como un medio para proveer al sustantivo que complementa las cualidades del laberinto. Así, por ejemplo, se habla en literatura laberíntica, en el sentido en que una obra presenta una trama compleja o narrativa que opta por caminos no lineales.
El escritor argentino Jorge Luis Borges se sirvió, en muchos de sus escritos, de esta imagen envuelta en misterios desde tiempos remotos, llegando a componer un texto titulado ‘El Laberinto’. Él veía el mundo como un laberinto del cual resulta ineludible huir, pues sus caminos son totalmente desorientados e ilusorios.
El laberinto de Creta, uno de los mitos griegos más conocidos, es construido por Dédalo para en él encerrar al monstruo conocido como el Minotauro, mitad hombre, mitad toro, que se alimenta constantemente de jóvenes ofrendados. Teseo, guiado por la marca de Ariadna, sigue el camino con un hilo y tiene el mérito de destruir a esta criatura.
Hay laberintos más simples, con senderos que siguen una misma dirección, y después de unos movimientos circulares, reúne a la gente a su núcleo. Y existen los dédalos, cuyo objetivo es desorientar a los viajeros a través de varias entradas y salidas.
Entre los gnósticos, el laberinto también tiene una connotación de iniciación, ya que el adepto debe ir por caminos, pasando así a través de una especie de núcleo invisible espiritual, que es la conversión de la luz y las sombras, por lo que resulta en una renovación personal. Es cuando se enfrentan con la verdad que buscan.