La degradación del suelo es causada generalmente por los factores climáticos, tales como la sequía o el exceso de lluvias, con prácticas predatorias, como la deforestación de los bosques extensos; agricultura intensiva utilizando agroquímicos a gran escala; y minería en grandes áreas.
Estas actividades están destruyendo la cubierta vegetal natural del suelo, dejándolo expuesto a la acción del clima, como el viento y la lluvia, que desgastan el suelo. Con el tiempo, el proceso erosivo evoluciona y la roca bruta llega a quedar expuesta en grandes fragmentos, imposibilitando la recuperación de la zona. En esos casos ocurre la desertificación. La desertificación deriva del agotamiento, esto es, de la pérdida de la fertilidad de los suelos, que se hacen incapaces de nutrir a los vegetales.
El manejo agrícola inadecuado y la consiguiente desertificación responden por la degradación del 40% de las áreas cultivadas en todo el mundo, lo que afecta a la producción de alimentos. Se estima que la pérdida de granos derivada de la desertificación alcanza las 20 millones de toneladas por año, suficientes para atenuar el problema del hambre en el planeta.
En la actualidad, la desertificación afecta de forma directa a más de una sexta parte de la humanidad (1,2 mil millones de personas) y ha provocado el éxodo de 135 millones de personas en los últimos 50 años. Ha producido 32 millones de víctimas en África y esterilizó el 27% del territorio de China.
También fueron afectados por la desertificación partes del oeste de América del Sur, de Oriente Medio, de Australia y del sudoeste de los Estados Unidos.
La desertificación amenaza ya a un cuarto de la superficie del globo: los desiertos se están expandiendo a un ritmo de 60.000 metros cuadrados al año. Se sabe que el agotamiento del suelo resultante de las acciones humanas puede remediarse en varios casos, pero exige tiempo y sumas enormes de recursos.
