Quien mal piensa, mal tenga.
Dice que a menudo la desconfianza extrema es castigada por el mal injusto que puede causar. Lo dice Jeremias: Te acusara tu malicia. Mas rotundo fue el rey Eduardo III de Inglaterra cuando a la bellisima condesa de Salisbury se le cayo una liga, y el, al recogerla, suscito los cuchicheos maliciosos de la concurrencia palatina: Maldito el que piense mal.