Antigua como la existencia del propio hombre, la música ha permanecido desde el principio del tiempo y sus orígenes son muy próximos a los seres más primitivos.
Es evidente que desde el comienzo de su nacimiento el ritmo era esencial. Chasquidos con las manos, golpes con los pies, choques de dos piedras o dos pedazos de madera haciendo fricción son algunos ejemplos imaginables. Las primeras notas musicales no podrían resultar muy melódicas pero es inevitable pensar que su presencia se hizo sentir desde temprano. Esos instrumentos de percusión sirvieron para recrear diseños vocales monódicos repetidos inagotablemente.
De ese arte primitivo las más antiguas civilizaciones del planeta guardan aún características y determinadas prácticas. Canciones de encantamientos, en particular, sobreviven en nuestros días en algunos pueblos de África y América como una forma de protección frente a la superstición.
De los elementos melódicos y armónicos primitivos que han llegado hasta nosotros, la mayoría son como los ejemplos anteriores, supervivientes aún en las comunidades indígenas o aborígenes.
Haciendo caso omiso de las leyes científicas que rigen el universo, el hombre primitivo llamaba de espíritus -y más tarde de dioses- a todos los fenómenos que le eran inexplicables: el crecimiento de una planta, el cambio de las estaciones, la caída de un relámpago, la lluvia repentina, el placer, la vida y la muerte, etc. A esos espíritus se les hacían hechizos para obtener a cambio ciertos favores. Su mejor medio de seducción era el canto, dotado de un enorme poder mágico, misterioso e infalible y que variaba según los resultados deseados.
Para actuar sobre los animales, personas y objetos, había numerosos encantos: contra las mordeduras de serpientes, contra las enfermedades, para comunicarse con los espíritus, para domar a los animales, para satisfacer la ira y la venganza, para lograr la lluvia sobre los cultivos, para evocar los fenómenos naturales, para resucitar a los muertos en la tierra, para expulsar o calmar a los demonios, entre otros propósitos.
Algunas leyendas de encantamientos
Encanto contra las enfermedades (leyenda india): al preparar un remedio, era necesario cantar una fórmula determinada. Así el remedio tenía un sabor horrible para el demonio que habitase el cuerpo del poseído de donde se quería expulsar.
Encanto maléfico (leyenda china): en el siglo VI a.C., El duque Ling se dirige al país de Tsin. Durante una parada en el río Pou del río, él oye una melodía interpretada por un arpa cuyo intérprete era invisible. Después de eso, Ling llega hasta el final del país Tsin donde el rey lo recibe magníficamente. Tras un suntuoso banquete, el duque propone a su majestad que escuche la maravillosa canción que había escuchado en su trayecto. Al poco de comenzar a ejecutar las primeras notas, uno de los protectores del rey le impidió continuar, diciendo que aquella música era maléfica y que atraería catástrofes. El rey obstinado en oír la pieza, reclamó escuchar la melodía. Cuando el duque empezó a cantar la primera melodía, aves negras descendieron sobre el palacio; en la segunda, las nubes se reunieron en el cielo; en la tercera se desencadenó un intenso vendaval. Aterrorizados y dominados por el miedo se postraron por tierra. Durante tres años, el país fue devastado por una gran sequía que dejó la tierra roja y estéril.
Para obtener lluvia (leyenda hindú): Una joven cantaba en plena sequía una música de encantamiento correspondiendo a la estación de las lluvias llevando a todo el país a una ola de gran bonanza que los salvaría de morir de hambre.
Para obtener buen tiempo (leyenda japonesa): Un día, el calor del sol había dejado el mundo en la oscuridad y se escondió en una cueva. Después de peticiones inútiles, un dios juntó seis grandes arcos y los fijó al sol. Al hacer vibrar sus cuerdas como si fuera un arpa, mientras otro dios marcaban el ritmo, bailaba y cantaba con una rama de bambú en la mano. Fortuitamente el calor abandonó la caverna y la luz regresó para iluminar el mundo.