Nuestro cuerpo tiene un sistema eficaz de defensa interno llamado sistema inmunológico. Este sistema es responsable de la lucha contra todos los cuerpos extraños que pueden entrar en nuestro cuerpo. El sistema inmune está compuesto de varios tipos de leucocitos, siendo los principales los linfocitos.
Los linfocitos son un tipo de glóbulo blanco de sangre que produce anticuerpos para luchar contra los organismos extranjeros, protegiendo al organismo de posibles infecciones. Estas son células que pueden vivir durante años o incluso décadas.
Hay tres tipos de linfocitos: los linfocitos B o células B, linfocitos T o células T y células natural killer o células NK. Cada una de ellas tiene una función específica en la lucha contra la infección y también en la lucha contra el cáncer.
Los linfocitos B se originan a partir de una célula madre en la médula ósea y maduran hasta volverse células especialistas en la producción de anticuerpos. Cuando esas células son activadas por antígenos (cuerpos extraños), ellas crecen y se diferencian en plasmocitos, que son células productoras de anticuerpos. A veces, algunas células no se diferencian en plasmocitos, originando la célula B de la memoria inmunitaria. Esas células responden cuando el cuerpo se expone nuevamente al mismo antígeno. Es lo que sucede cuando sufrimos una enfermedad: podemos tener contacto nuevamente con el antígeno que ella no se manifestará más, como sucede como el sarampión o la varicela.
Los linfocitos T ayudan a defender el cuerpo contra los virus, hongos y algunas bacterias. Se forman cuando las células madre de médula ósea migran al timo y son responsables de la producción de anticuerpos sanguíneos e inmunidad celular. Es en el timo que los linfocitos T aprenden a diferenciar células del organismo de cuerpos extraños, aunque no siempre esa educación resulta eficiente, pues a veces un desorden en el reconocimiento del propio organismo lleva al ataque y la destrucción de determinadas células o sustancias del propio organismo, desencadenando las enfermedades autoinmunes, como la diabetes tipo 1 y la esclerosis múltiple. Los linfocitos T CD8 se especializan en reconocer y destruir células en el cuerpo que se ven alterados, evitando su multiplicación. Se produce en las células que están infectadas por virus. Estos linfocitos también atacan a las células que son extrañas para el cuerpo de la persona, siendo uno de los villanos principales en el trasplante de órganos.
Existe otro tipo de linfocitos T llamados linfocitos CD4. Estas células controlan el sistema inmune, recibiendo instrucciones de los macrófagos sobre la presencia de antígenos. Al recibir esa información, los linfocitos T auxiliares estimulan los linfocitos B y los linfocitos T CD8 a combatir los antígenos. Si por algún motivo, los linfocitos T auxiliares dejasen de actuar, los linfocitos B y linfocitos T CD8 dejaran de ser estimulados, dejando al cuerpo desprotegido de cuerpos extraños. Una enfermedad que ataca y destruye linfocitos T, haciendo que ellos dejen de actuar, es el sida. En esta enfermedad, el virus ataca y destruye los linfocitos T auxiliares, haciendo que no ocurra la activación de los otros linfocitos. De esta forma, la persona que porta el sida adquiere infecciones que no afectan a personas saludables.
Los linfocitos NK tienen como sus principales células tumorales objetivo las células tumorales y algunos tipos de microbios. Son células mayores que los linfocitos B y T. Una vez formadas en la médula ósea, no necesitando de maduración, como los linfocitos B y T, están listas para combatir. Esas células destruyen células infectadas, induciéndolas a la apoptosis (muerte celular programada) antes que el virus tenga la posibilidad de replicarse.