Actualmente vivimos en un mundo rodeado de industrias. Desde el momento en que nos despertamos varios objetos construidos gracias a la transformación de elementos extraídos de la naturaleza engloban los aspectos mínimos de la vida cotidiana. Desde el alimento que comemos, al calzado que vestimos, integramos un sistema de producción y consumo ágil e ininterrumpido. En la mayoría de casos, ni llegamos a preocuparnos sobre de qué manera podemos tener acceso a ese tipo de producto.
Sin embargo, la historia nos muestra que la vida para muchos considerada hoy normal viene de un rápido proceso de desarrollo tecnológico y económico experimentado desde la segunda mitad del siglo XVIII. En aquel momento constatamos la formación de las primeras industrias donde una serie de cambios concibió no solo una nueva manera de producir bienes manufacturados. El ámbito comercial amplió sus límites de influencia en campos relacionados con la política, cultura y ciudades.
Fue en ese momento cuando surgieron a dos importantes temas históricos vinculados a esta nueva experiencia tecnológica. De un lado el burgués, dueño de los medios de producción, ávido por la búsqueda de beneficios y preocupado con la reducción de sus gastos de producción; de otro, el trabajador, muchas veces llegado de las zonas rurales, teniendo que adaptarse al ritmo de vida de las ciudades abarrotadas donde la supervivencia dependía de duras horas de trabajo gastadas en el ambiente de la fabricación. Entre diversas situaciones, ambos representaron una nueva etapa en la cual la economía y la prosperidad material alcanzaron alturas nunca antes observadas en la Historia.
La economía fue adquiriendo un ritmo que parecía, después de eso, hacer de la internacionalización del comercio una experiencia irreversible. Las naciones industriales discutieron la explotación y el control de los mercados económicos cada vez más lejanos y las materias primas ya no dependían de las condiciones naturales de la región o el país donde una industria era establecida. Llegamos a un ritmo de producción en la que el planeta era demasiado pequeño para apoyar el potencial productivo de las empresas industriales que se han diseminado a través de Europa, llegaron a los Estados Unidos y, hoy en día, aparecen en todo el mundo.
A pesar de hablarse tanto de riqueza, la Revolución Industrial no fue capaz de abordar la cuestión de la pobreza en la sociedad. Los trabajadores pasaron años produciendo ciertos productos que ni en una vida entera de esfuerzos serían capaces de adquirirlo. Esa es una de las situaciones contradictorias que incitó a diversos pensadores, filósofos, economistas y otros estudiosos a criticar el llamado capitalismo industrial y elaborar teorías que reformulasen o rompieran definitivamente con ese modo de vida.
Siendo la Revolución Industrial una experiencia con su cuna en Inglaterra, este proceso no debe ser visto como un proceso rígido, sino como un periodo marcado por diversas transformaciones a lo largo de los años. De esa manera, para facilitarnos la comprensión de esa experiencia de larga duración debemos ver no como la revolución, sino las revoluciones industriales, se perfilaron a lo largo del tiempo.