Cuando estudiamos el desarrollo de la expansión marítima, muchos lectores y curiosos se aferran a la idea atractiva y emocionante que los hombres que se dedicaron a semejante proeza fueron grandes héroes. Sin duda, no se puede ignorar el coraje para lanzarse a las aguas desconocidas cuando pensamos en ello. Sin embargo, no podemos dejar de tener en cuenta que la vida en los barcos era rodeada de degradaciones y situaciones problemáticas que desprestigiarían ese ideal de grandiosidad.
En Portugal, una nación pionera en este proceso, el rey era directamente responsable de la elección de un hombre de confianza que podría organizar un viaje tan costoso. Después de partir de los astilleros, las embarcaciones se colocaron en las orillas de Lisboa, mismo lugar donde, a través de la ventana, el rey veía el movimiento de buques. Durante cinco días, éstos fueron aprovisionados para recibir municiones y suministros necesarios para el viaje.
Preparado el buque con suficiente abastecimiento para su viaje, se navegaba por el río Tajo para llegar pronto a las aguas del Mar Océano, un término que en ese momento era usado para designar el Océano Atlántico. Poco antes de su partida, en medio de los gritos de los parientes que temieron nunca más volver a ver a sus seres queridos, una misa se llevó a cabo a favor de la tripulación. Para indemnizar a quienes se entregaron a una aventura tan arriesgada, el gobierno portugués ofreció una recompensa económica a su familia, el equivalente a trabajo de un año.
Durante el viaje, un oficial fue designado quedaba apoyado en una silla a la proa o la popa de la nave. Desde allí tendría que contraponer las informaciones de sus mapas con la de las aguas, que variaba en función de la profundidad del océano. Después de un análisis, una serie de órdenes eran transmitidas al timonel. Poco después, en la cubierta del buque, el maestro designaba las tareas a realizar rápidamente por su equipo de marineros.
Lejos de lo que uno imagina, el capitán de la nave era la persona que menos entendía acerca de las técnicas y expedientes que mantenía la embarcación, siguiendo su guión de manera estable. En la mayoría de casos, él era un noble representante de la autoridad monárquica en la expedición. De esa forma, el capitán era quien ejercía la función estrictamente política de mediar en conflictos entre tripulantes y dar la palabra final sobre algún problema o decisión que debiera ser tomada.
Pasada toda la agitación que cercaba el cotidiano del navío diurnamente, los tripulantes se organizaban durante la noche para conciliar el descanso en la bodega. En ese momento, marineros, soldados, carga y animales se mezclaban en la insalubridad de un lugar nada confortable. Esa agonía no era reserva a los que ocupaban altos cargos en la embarcación. El capitán y los oficiales militares de alto rango solían disfrutar de cabinas privadas donde también podrían llevar a miembros familiares.
Un alimento sano y satisfactorio era prácticamente imposible en esos entornos. Al no tener espacio para almacenar suficiente comida y agua, la tripulación atravesó graves privaciones. La ración diaria dada a tripulantes ordinarios fue tres comidas compuestas de galleta y dos pequeñas dosis de agua y vino. Sólo los más privilegiados tuvieron la posibilidad de disfrutar de carnes, azúcar, cebolla, miel, harina y frutas que fueron transportados, en este caso, correspondía a altos oficiales de la misión.
En las situaciones más extremas, la tripulación podría comer alimentos crudos por la falta de una estufa que pudiera cocinar la comida. Cuando el hambre se convertía en una dificultad, la ingesta de comida podrida, insectos (cucarachas y ratas) y cadáveres humanos también aparecía como una última alternativa. La fuerte tensión causada por la falta constante de alimentos podría incluso peligrar la vida del capitán, que estaba armado siempre bajo la temeridad de ser víctima de una revuelta o rebelión interna de la tripulación.
Las municiones se mantuvieron muy bien protegidas y ningún tripulante ordinario podría usar armas sin autorización expresa. El uso de las armas sólo pasó a ser deliberadamente autorizado cuando algún barco pirata atacase la nave. De lo contrario, se seguía la rutina dura de esta desdichada aventura que recorría las aguas detrás de las riquezas deseadas de otras tierras y civilizaciones.