Como sabemos, la Europa del siglo XIX experimentó un rápido proceso de industrialización que determinó el fin del monopolio británico en esta rama de actividad económica. Por lo tanto, la competencia entre los países industrializados condujo a la búsqueda incesante de nuevos mercados de consumo y a la obtención de materias primas baratas. Al responder a estas demandas, las potencias industriales creían posible expandir sus economías.
La consolidación de este marco llevó a la promoción del imperialismo, práctica que culminó con la conquista y explotación de territorios en Asia y África. A pesar de las notables necesidades económicas que explican la realización de este hecho histórico, debemos tener en cuenta la ideología que hay detrás del imperialismo. De hecho, muchos intelectuales y teólogos compartieron tesis y opiniones que justificaban la entrada europea en los dominios afro-asiáticos.
Dentro de esta perspectiva, los ideólogos del imperialismo creían que el modelo de civilización europeo era el que ofrecería las condiciones ideales de vida para el hombre. Más tarde, quien estuviera apartado de tal modelo, tendría una condición inferior y no tan privilegiada en relación a las instituciones y costumbres europeas. Con esto, la presencia europea en África y Asia, ya no era contemplada como un proceso de invasión injusta.
En general, los ideólogos llevaron a cabo una apropiación indebida de las teorías darwinistas para justificar sus actos de genocidio, conversiones religiosas y de dominio sobre los territorios protagonistas del colonialismo. El modelo ideológico convirtió a los pueblos africanos y asiáticos en civilizaciones atrasadas de vida salvaje. La misión del hombre blanco era conceder la oportunidad de modernizarse y superar algunos de los obstáculos de la escala evolutiva imaginada.
En la práctica, el discurso imperialista, terminó legitimando una serie de atrocidades e injusticias contra el pueblo de los territorios dominados. Después de todo, si esta misión civilizadora no se hubiera puesto en acción, ambos continentes no abarcarían actualmente graves problemas de naturaleza económica y social. Así, observamos que la misión civilizadora terminó resaltando la diferencia entre los pueblos y abriendo espacio para esa indiscriminada explotación de la otra.