La invención de la imprenta fue posible gracias al descubrimiento y el perfeccionamiento de las técnicas de fabricación de papel en China durante varios siglos. Mucho antes de Gutenberg, las innovaciones en las pinturas chinas, grabados en madera y la impresión en arcilla, ya habían concedido su contribución al desarrollo de la futura imprenta.
Los rápidos cambios culturales en Europa en el siglo XV alimentaron una creciente demanda de documentos escritos a bajo coste. Durante siglos, los monjes copistas aseguraron el mantenimiento y la reproducción de los textos sagrados. Así, el mundo secular había creado su propia versión del copista creando un nuevo puesto de trabajo, pero a pesar del aumento de copias no podían satisfacer la demanda comercial de los libros.
Gutenberg observó la necesidad de una tecnología que podría resolver estos problemas, por lo que desarrollo su propio invento. Su técnica consistía en tallar en el borde de una barra de acero, y más tarde, estas barras eran golpeadas con un martillo contra un metal más suave. Los espacios vacíos que se formaban servían de molde que eran rellenos de estaño fundido. Como resultado, se obtenían letras, números y signos. Después, se utilizaban los mismos en un proceso lento para formar líneas y, consecuentemente, páginas enteras que completaban la impresión.
El conjunto de caracteres, letras mayúsculas y minúsculas, números y signos de puntuación hechos en un mismo tamaño y estilo se llamaba tipo. Esta técnica de imprimir se denominó tipografía. Existía también la ventaja del uso de estos tipos de metal fundidos, pues ellos podían ser empleados para imprimir muchos textos diferentes.
Para configurar una página de un libro, se tomaba el trabajo de un día completo con los tipos; después, este proceso se impregnaba a la página con tinta (una mezcla de aceite vegetal y polvo de carbón) y, en seguida, con una prensa, se presionaba el papel contra las letras de tinta mojada para lograr el papel impreso.
Vale recordar que el material usado en la elaboración de los tipos, el estaño, podía ser reutilizado a lo largo del tiempo, utilizando los mismos nuevamente después del desgaste de su uso continuado. En la actualidad, debido a los avances tecnológicos, el arte de la tipografía está casi extinto.
En 1796, el austriaco Alois Senefelder inventó otro proceso para la reproducción de texto en papel llamada litografía. Su técnica consistía en grabar con tinta grasa sobre una piedra pulida, a continuación presionaba el papel contra ella usando una prensa, dando así la reproducción del texto. Más tarde, la piedra sería sustituida por placas metálicas.
Años más tarde, Friedrich Koenig inventó los rodillos de entintado automáticos a través del los cuales la tinta se extendía sobre las letras de metal. El proceso de intercambio de papel de impresión requería de mucho esfuerzo, pues era necesario mover las palancas pesados de la prensa. En 1803, el impresor Friedrich Koenig desarrolló el cilindro de impresión, que utilizaba dos cilindros para llevar el papel hasta la plancha de impresión.
En 1884, Otto Mergenthaler inventó la linotipia. Esta invención significó un paso extraordinariamente grande hacia adelante para la prensa, ya que cada pieza de metal, en vez de formar una sola letra, contenía todas las cartas en una fila. Otro paso importante hacia la modernización fue la estereotipia o cliché de adaptación, ya que permitía la fabricación de páginas completas para la impresión.
Tales invenciones han aumentado la velocidad de las impresiones en serie, a razón de mil hojas por hora, considerado como altamente productivo en esa época.
Desde entonces, el progreso no se ha detenido, surgieron nuevos inventos y accesorios hasta llegar a la impresión off-set, técnica que evoluciona directamente de la litografía.
En los últimos años, las aplicaciones del láser en las artes gráficas fueron responsables de un progreso considerable.