Ética a Nicómaco, obra escrita por Aristóteles en el siglo IV a.C. Dedicada a su hijo, Nicómaco, está formada por diez libros y su contenido trata sobre la felicidad. Está identificada como una de las dos obras fundamentales en que posteriormente se cimentó la ética occidental, siendo la otra el mensaje bíblico judeocristiano.
Felicidad y virtud
Para Aristóteles, aunque la opinión general coincide en que la felicidad constituye el ‘bien supremo’, a la hora de definirla cada uno expresa su punto de vista. La felicidad del ser humano en la ciudad (‘el animal político’) es colectiva. Es lo ‘que basta al hombre para ser radiante’. El bien es, pues, el fin último de nuestras acciones y consiste en ‘una actividad del alma en consonancia con la virtud’.
Aristóteles exponía que lo propio del ser humano, su función natural, es ‘una cierta vida práctica de la parte racional del alma’ a la que se refieren las virtudes intelectuales (como la prudencia y la sabiduría) adquiridas por el aprendizaje y la experiencia. La otra parte, la de los apetitos del alma, se somete a las razones de la primera: son las virtudes morales (valentía, moderación y justicia, por ejemplo) adquiridas por el hábito y conectadas a ella. La virtud es el hábito de ‘sentenciar preferentemente […] un justo medio, relativo a nosotros y determinado racionalmente como lo haría el hombre prudente’. El anhelo de conseguir nuestros fines es lo que establece nuestro razonamiento.
Del mismo modo, ‘el dominio de sí mismo’ frente a las pasiones (sensaciones y emociones) forma parte de la virtud para alcanzar el ‘justo medio’ (por ejemplo, el valor es un ‘justo medio’ entre la cobardía y la temeridad). De esta forma, Aristóteles evoca la justicia, que es ‘una cualidad moral que fuerza a los seres humanos a practicar cosas justas’. Los derechos, diferentes conforme el país, dependen de la intención de los seres humanos y de la forma de su gobierno, sin embargo la equidad es superior a la justicia que rectifica.
Virtud y placer
Si la virtud depende de un acto voluntario, así pues la prudencia se transforma en un criterio. Es tan necesaria, en la búsqueda de la virtud, como la moderación y la educación de la parte del alma que alberga el deseo. Alguien es inmoderado por ignorancia o por falta de dominio de sí mismo, especialmente frente al placer que todos buscamos, al tiempo que huimos del sufrimiento. El filósofo griego comprueba y asegura que el placer es actividad y fin, y puede ser considerado a su vez como el bien supremo.
Para Aristóteles, la amistad hace el vínculo social, y la más legítima es la que se funda en la equidad. Se considera al amigo como otro uno-mismo y es porque nos amamos a nosotros mismos por lo que podemos hacer el bien a nuestro alrededor identificándonos con el prójimo. Si la virtud lleva a la acción, el placer la consuma: Aristóteles logra así conciliar en la acción las virtudes y el placer. Sin embargo, la felicidad de los sabios se halla en otro lugar: en el placer puro que ofrece la observación de lo divino y en la pesquisa de la inmortalidad. Los demás se limitarán a la política para vivir bien en la ciudad.