Harley Procter, en 1878, llegó a la conclusión de que el jabón y la fábrica de velas heredada de su padre debía innovar sus productos y alcanzar un destaque entre los consumidores para, así, competir con los jabones finos y corrosivos procedentes de otros países. Pensando en ello comenzó a fabricar un nuevo jabón que tenía característica única en comparación con otras, este nuevo producto era de textura delicada y cremosa, era blanco y fragante.
Su compañía era responsable de proveer jabón para el ejército. Fue entonces cuando, el químico James Gamble, primo de Procter, consiguió elaborar la fórmula para fabricar lo que inicialmente sería llamado de jabón blanco. Este nuevo producto poseía característica agradable visualmente, abundante en espuma, con textura uniforme y aroma suave.
Un trabajador de la fábrica que tenía la función de observar los tanques conteniendo jabón paralizó su actividad para tomar su comida (almuerzo), pero no desconectó la máquina que hacía la mezcla. Debido a la falta de cuidado se incrementó el aire extra en el jabón. Tras el suceso, el material que debería ser descartado fue lanzado en el mercado.
Al llegar al consumidor hubo gran satisfacción, pues la cantidad de aire presente en el jabón no permitía que se hundiera. La fábrica recibió millares de cartas pidiendo más del producto resultante.
Cuando descubrieron que el desarrollo de jabón se produjo sin querer, en un acto accidental, Procter pidió que a partir de ese momento se insertara una mayor cantidad de aire.
Al mismo tiempo que Thomas Edison estaba teniendo éxito con su invención, la bombilla eléctrica, Procter observó que el comercio de velas terminaría pronto. Dada la situación y el contexto de su época decidió concentrar sus esfuerzos en la promoción del nuevo jabón y obtener una gran riqueza de su producto.
