Stanley Miller, creyendo que la tierra primitiva estaba compuesta por amoníaco, metano, hidrógeno y vapor de agua – según el modelo de Oparin – creó, en 1952, un dispositivo en el cual tales compuestos eran calentados y enfriados, además de sometidos a descargas eléctrica,s bajo la supervisión de Harold Urey. Ese fue el intento de recrear la atmósfera en esa época.
Con este experimento, una semana después, el joven científico fue capaz de producir los aminoácidos y bases nitrogenadas, así como cianuro y formaldehído: la sopa prebiótica.
Este resultado, publicado en 1953 en la revista Science abrió las puertas a la creencia de que la materia precursora de la vida podría haberse formado espontáneamente, a partir de tales sustancias. Tal idea fue reforzada cuando fue encontrado un meteorito, el Murchinson, que contenía los mismos aminoácidos, con la misma proporción que se presentaban en el dispositivo de Miller.
Así, este brillante científico, muerto a la edad de 77 años en 2007, dio un paso importante en los estudios sobre la evolución química y la hipótesis heterotrófica y su hecho es referencia hasta la actualidad. Él demostró que los procesos naturales pueden hacer una química simple en una química compleja.
De hecho, pocos saben que este científico solamente publicó una de las tres recreaciones de la Tierra primitiva. Una de ellas, en la cual había un aspirador que inyectaba vapor de agua en el frasco donde ocurrían las chispas, fue recreada a finales de 2008, por Jeffrey Bada, profesor de química marina de la Universidad de California, en San Diego. Él y su equipo consideraron tal experimento útil por, posiblemente, simular la descarga que sucede cuando rayos cruzan una erupción volcánica rica en vapor de agua.
Así, obtuvieron como resultado un número de aminoácidos mayor que el encontrado con el modelo tradicional de Miller, creyendo que tales condiciones podían ser comunes en nuestro planeta, antes de la formación de los grandes continentes.
