Desde las primeras figuras de arcilla, hueso y marfil del ciclo predinástico, la escultura egipcia se desarrolló con gran rapidez. En la época de Zoser (2737-2717 a.C.) se desarrollaron enormes estatuas de los faraones y gobernantes sobre las que debían descansar los espíritus que prolongasen la memoria de los difuntos. Hieratismo, rigidez, formas cúbicas y frontalidad son las características fundamentales de la escultura egipcia. Primero se tallaba un bloque de piedra de manera rectangular, y más tarde se dibujaba en el frente y en las dos caras laterales de la piedra la figura objeto de recreación. La estatua derivada era, en resultado, una figura destinada a ser vista primordialmente de frente (ley de la frontalidad). No había necesidad, pues, de esculpir la figura por todos sus lados, ya que el propósito era hacer una imagen eterna que representara la esencia y el espíritu de la persona representada, para lo cual bastaba una constitución frontal de la misma.
El artista egipcio no buscaba la representación del movimiento. Desde los primeros tiempos del ciclo dinástico se tenía un perfecto conocimiento de la anatomía humana, sin embargo se le daba una forma idealizada. La estatua sedente del faraón Kefrén (c. 2530 a.C. Museo Arqueológico de El Cairo), autor de la segunda pirámide más grande del agrupación funerario de Gizeh, engloba en sí misma todas las características que hicieron célebre a la escultura egipcia de carácter regio. El faraón aparece sentado sobre un sitial decorado con el emblema de las tierras unificadas, con las manos sobre las rodillas, la cabeza erguida, rígida y de frente, y los ojos mirando al infinito. El halcón que representa al dios Horus aparece detrás de la cabeza de Kefrén, personificando que es él, el faraón, el ‘Horus viviente’. La estatua, tallada en diorita, presenta en su agrupación una gran unidad y equilibrio, desarrollando una potente imagen de la majestad divina.
Las representaciones de individuos y personajes individuales ofrecen diversos modelos y formas. Asimismo de las figuras individuales sedentes o en pie se hicieron otras emparejadas y además configurando conjuntos escultóricos en los que el difunto aparece con los miembros de su familia. Los materiales empleados fueron la piedra, la madera y, en menor ocurrencia, el metal. Las superficies se pintaban; los ojos eran piezas incrustadas de otro tipo de material, como el cristal de roca, que enaltecía la apariencia de realidad que pretendía declarar la estatua. Tales representaciones iban dirigidas únicamente a los personajes relevantes; existió otro tipo de obras, no obstante, que representaban a los trabajadores en sus diversos oficios y a las mujeres ocupadas en sus labores domésticas. Todas tenían un destino común: la tumba del difunto. A finales de la IV Dinastía se introdujo una tercera posición escultórica, tan asimétrica y estática como las dos previas (de pie y sentadas): la del escriba sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Otra invención del Imperio Antiguo es el retrato de busto.
La escultura en relieve servía a dos finalidades fundamentales: en los muros de los templos para exaltar al faraón; en las tumbas para organizar al espíritu en su trayecto hacia la eternidad. En las cámaras funerarias de las tumbas privadas es habitual la decoración con escenas del muerto ocupado en las actividades cotidianas que desarrolló en vida. La forma de representación del cuerpo humano en dos dimensiones (frente y perfil), tanto en relieve como en pintura, vino determinada por el anhelo de conservar la esencia de lo representado. Se buscaba, por encima de todo, la eternidad frente a lo pasajero. Como resultado de esto, se compagina en las figuras la disposición de perfil para la cabeza y extremidades inferiores con la frontal de los ojos y el torso. Esta norma o canon se aplicó a los faraones y miembros de la nobleza, mientras que para los sirvientes y campesinos no se llegó a emplear de manera tan absoluta. Los relieves solían pintarse para dar una mayor ilusión de realidad, siendo frecuente la inclusión en ellos de diversos detalles sólo pintados, sin necesidad de haberlos tallado anticipadamente en la roca. La pintura de carácter simplemente decorativo aparece ocasionalmente en las obras del Imperio Antiguo que se han encontrado hasta el momento presente.
El conocimiento que disponemos sobre la mayor parte de las costumbres y estilo de vida de los egipcios se ha ganado gracias a estos relieves de las tumbas. Las variedades de comida y sus formas de realización, los métodos de pastoreo, la caza de animales salvajes, la construcción de embarcaciones y muchos otros oficios están perfectamente representados en estos relieves. Dispuestos en la pared por medio de bandas o registros, podían leerse sencillamente como una narración continuada; tales representaciones no fueron planteadas tanto como sucesos acontecidos en un momento determinado, sino como ocupaciones y oficios en general, con un claro carácter de atemporalidad e infinitud. Para la escultura en relieve, al igual que para la exenta o de bulto redondo, los escultores trabajaron configurando equipos o talleres con diferentes niveles de oficio asignado a los diferentes miembros del conjunto.