Como sabemos, el alcohol provoca importantes efectos sobre el organismo humano. Su acción depresiva sobre el sistema nervioso y el cerebro disminuye la capacidad física y mental de los individuos, lo que hace imposible llevar a cabo tareas más complejas, tales como conducir, por ejemplo. Según la Asociación Médica Americana, una persona puede llegar a ser incapaz de ponerse al volante cuando el nivel de alcohol en su cuerpo alcanza los 0,05 gramos/litro.
De esta conclusión, surgió la necesidad de medir la cantidad de alcohol presente en el cuerpo de los conductores. Pero, ¿cómo medir el consumo ingerido? Cogiendo muestras de sangre y enviándolas para un laboratorio sería un proceso lento y poco práctico. Todo se resolvió en 1954, momento en que el doctor Robert Frank Borkenstein (1912–2002), policía estatal de Indiana, Estados Unidos, inventó el alcoholímetro, un dispositivo que permite comprobar los niveles de alcohol a través del análisis del aire exhalado por los pulmones.
El dispositivo consta de un tubo transparente, una boquilla y una bolsa de plástico inflable. Para usar el alcoholímetro, se debe soplar la boquilla. Cuando una persona ingiere una bebida alcohólica, el alcohol es absorbido por la boca, garganta, estómago y los intestinos, alcanzando el torrente sanguíneo. Cuando la sangre atraviesa los pulmones, pasa a través de las membranas de los alvéolos al aire. De esta manera, es posible medir los niveles de alcohol en el cuerpo de un individuo a través del análisis de su aliento.
El aire expulsado entra en contacto con una mezcla de ácido sulfúrico, dicromato de potasio, nitrato de plata y agua, causando que cambie de color, de amarillo a verde, como reacción química. Es de este cambio de coloración que se puede estimar los niveles de alcohol en la sangre y el estado de embriaguez de un individuo.