De origen fenicio, descendiente de una familia de fuertes tradiciones militares, Aníbal fue uno de los grandes generales de la antigüedad. Desde su infancia, Aníbal acompañó a su padre, Almicar, durante sus expediciones de guerra.
Creció en medio de una disciplina rígida, acostumbrando el cuerpo al cansancio y malestar que la vida militar le imponía. Pensaba en hacer de Cártago, una colonia fenicia mediterránea, bastante rica, la dueña de los mares. Su mayor rival era Roma, por la cual sentía un odio incontrolable.
Después del fallecimiento de Almicar, Aníbal decidió invadir la Italia, partiendo para la Península Ibérica, penetró en la Galia y consiguió atravesar los Alpes, abriendo camino para sus ejércitos, treinta y siete elefantes de guerra y numerosos caballos consiguiendo triunfar sobre los más difíciles obstáculos de la nieve.
Aníbal se lanzó al combate desde la Galia Cisalpina, y desconcertaría a los romanos en tres batallas: Tesino, Trebia y Trasimeno. Roma que estaba no lejos de allí, fue presa del pánico. El pueblo eligió a un dictador, Fabio Máximo, que enfrentó la astucia de Aníbal con violencia, realizando asaltos sorpresa. Roma, mientras tanto, deseaba una victoria decisiva sobre los cartaginenses y sustituyó a Fabio Máximo que era cónsul.
Aníbal consiguió alcanzar Apulia; a batalla se concretó en Canne. El resultado fue desastroso para los romanos con incontables bajas mortales. Aníbal, reafirmando su dominio sobre la Italia, se dirigió a Capua. A su vez, Roma preparaba febrilmente cumplir con un ataque más poderoso. La situación era dramática. Toda la población participó en la guerra; los ricos se deshicieron de sus bienes para ayudar a su patria y las madres abandonaron el luto por ocasión de la muerte de sus hijos. Morir en Roma era una gloria y no existía el tiempo para llorar.
Asdrúbal Barca, hermano de Aníbal, se apresuró para ayudar a su ejército, pues los cartaginenses habían perdido gran parte de sus tropas. Sin embargo, Asdrúbal sería derrotado y su cabeza arrojada en el campamento de Aníbal. Entretanto, el cónsul Publio Cornelio Escipión atacó Cartago con su ejército.
Aníbal fue llamado inmediatamente por el pueblo, pero fue derrotado en la batalla de Zama (202 a.C.), de la que huyó en dirección a Asia. Los romanos, sin embargo, sabían que mientras él estuviera vivo no habría posibilidad de permanecer en paz, porque odiaba a los romanos y su ímpetu no cesaría. Por esta razón, le siguieron y lo encontraron protegido por el Prusias I, rey de Bitinia. Aníbal preferiría morir antes que rendirse a los romanos, por lo que se envenenó a sí mismo en el 183 a.C.