Abd ar-Rahman ibn Muhammad o Abderramán III (891-961) fue un emir árabe nacido probablemente en Córdoba, en la España musulmana, fundador del califato omeya de Córdoba (929-961), independiente del califato de Badgad, y un hábil estratega que consiguió someter a su poder toda la España musulmana, además de detener el avance de los reinos cristianos.
La España musulmana era una provincia independiente desde el establecimiento del poder abasí. Cuando los abasidas capturaron Damasco, un príncipe omeya, Abd al-Rahman I, escapó e hizo un largo viaje a España, donde fundó un reino omeya. Con la ayuda de los bereberes y árabes de Siria, tomó el control de Córdoba (756) y dominó la mayoría del país, iniciando así la era dorada del Islam en España. Córdoba fue establecida como capital y en breve se hizo la mayor ciudad, no solamente por su población sino también desde el punto de vista cultural y la vida intelectual.
Los omeyas gobernaron durante más de dos siglos hasta que, debilitados, fueron reemplazados por los gobernantes locales. Al suceder al abuelo, el emir Abd Allah, por voluntad de este, en el cargo de emir de Córdoba, con apenas 21 años, el III recibió un reino fragmentado también por los poderosos reinos cristianos, especialmente el de León, y por el expansionismo del califato fatimí de Egipto.
Al comienzo de su reinado (912), tomó una audaz iniciativa. Exigió sumisión absoluta a todos los súbditos, a cambio del perdón para aquellos que acatasen su soberanía y amenazó a los rebeldes con severos castigos. En pocos años, consiguió el dominio de casi todo el territorio del emirato andaluz, la España musulmana, aunque hayan persistido focos de resistencia en algunas provincias, como el que fue liderado por Omar ibn Hafsún, en Granada y Jaén.
Omar ibn Hafsún murió (917), pero su fortaleza de Bobastro todavía seguía siendo independiente por más de diez años. Él conquistó Pamplona (924) y se proclamó Califa (929), sucesor del Profeta y del príncipe de los creyentes, que asumió la independencia religiosa de al-Andalus, es decir, título que combinaba la autoridad política con la religiosa. Durante los años siguientes sucedieron varias conquistas: Badajoz (930), Ceuta (931) y Toledo (933). La conquista de Toledo consolidó el poder cordobés (933). Durante su reinado, el califato conquistó un extraordinario poder militar y político, comparable al de los imperios bizantino y germánico. La fuerza del califato fue poco afectada por la derrota en Simancas (939), para Ramiro II de León. Córdoba vivió su época de mayor esplendor y prevaleció sobre los reinos cristianos.
La ciudad fue embellecida con la expansión de la mezquita y la construcción de la alcanza y comenzó la construcción de la ciudad Palacio de Medinat al-Zahra, al noroeste de Córdoba (936).
Protegió la producción textil, invirtió en agricultura y trató de abrir nuevos mercados. Creó la escuela de medicina más antigua en Europa y favoreció el estudio de la astronomía de las matemáticas. Cuando murió dejó como herencia a la España musulmana una economía próspera, de intensa actividad cultural y una comunidad fraterna en la que convivieron moros, judíos y cristianos. En la evolución de al-Andalus, el nombre árabe de la España musulmana, es posible distinguir tres periodos: el emirato dependiente (714-756), en el que el territorio se convirtió en una provincia del Islam bajo la soberanía de los califas Omeyas de Damasco; el emirato independiente (756-929), formado cuando Abderramán I, miembro la dinastía omeya destronada llegó al poder y dejó de obedecer a Bagdad y al califato abasí; y, por último, el califato omeya, iniciado cuando el entonces emir se proclamó califa (929), lo que representó la independencia religiosa de al-Andalus. Posteriormente, las diferencias entre los grupos étnicos condujeron a la fragmentación ese dominio en numerosos reinos de taifas a mediados del siglo XI.