Bartolomé de las Casas (Sevilla, 1474 – Madrid, 17 de julio de 1566) fue un fraile dominico español, cronista, teólogo, obispo de Chiapas (México) y un gran defensor de los indios. Se considera el primer sacerdote ordenado en América.
Hijo de un comerciante modesto, en Andalucía, Bartolomé participó en el segundo viaje de Cristóbal Colón. Hizo estudios de latín y de humanidades en Salamanca. Partió a la isla de La Española en la expedición de Nicolás de Ovando en 1502 o 1503, llegando el 15 de abril. Como la mayoría, Bartolomé fue motivado por el espíritu de aventura y la exploración de la riqueza, adaptándose al estilo de vida de los colonos. Anteriormente, él aceptó la concepción tradicional de la explotación del trabajo indígena y también participó en los ataques contra las tribus y la esclavización de las plantaciones nativas.
Más tarde viajó a Roma, donde terminó sus estudios y fue ordenado sacerdote en 1507. Isabel de Castilla, reina, a quien el Papa había dado licencia para llamarse a sí misma ‘La Católica’, consideraba la evangelización de los indios una justificación importante para la expansión colonial y, como tal, insistió en que los sacerdotes fueran los primeros en establecerse en América.
En 1510, Bartolomé de Las Casas regresó a La Española, ahora como misionero, dedicándose también al trabajo pastoral. Los dominicanos, contrarios a la encomienda dados los abusos cometidos contra los indios, no cambiaron su opinión, pero Fray Bartolomé defendía la institución. Se trasladó a Cuba con Pánfilo de Narváez, y allí fue un capellán militar. Recibió de nuevo una encomienda donde se encargaba de enviar a sus indios a las minas, extraer oro y realizar cultivos aprovechándose de ellos como podía. El 21 de diciembre de 1511 escuchó el sermón de Fray Antonio de Montesinos, en el que defendió la dignidad de los pueblos indígenas. El profundo impacto que tuvo la predicación hizo que Bartolomé de las Casas tuviera una nueva actitud, y comenzó a predicar contra el sistema de encomienda, denunciándolo como injusta. Se considera, pues, que los únicos propietarios del Nuevo Mundo eran los indios y los españoles sólo tenían que ir allí para el trabajo de conversión. Él renunció a todas sus encomiendas y comenzó una campaña de defensa de los indios, mostrando la injusticia del sistema. La campaña fue dirigida al propio rey de Aragón, Fernando II, y después al cardenal Cisneros, que vendría a nombrarlo ‘protector de los indios’, en 1516.
Con la muerte del cardenal, reanudó su trabajo y trató de convencer al rey de España Carlos I (emperador Carlos V), nieto de los Reyes Católicos. Como denunciaba públicamente los abusos del personal, consiguió la enemistad de muchos, especialmente de los miembros del Consejo de Indias, presidido por el obispo Juan Rodríguez de Fonseca. Abogaba por una solución pacífica de las tierras de América, por medio de agricultores y misioneros.
A tal fin, regresó a América, donde, en 1520, Carlos I le dio el actual territorio venezolano de Cumaná para poner en práctica sus teorías. Tuvo poco éxito, y durante una de sus ausencias, los indios tuvieron la oportunidad de matar a un gran número de colonos. El desastre causó que ingresara para la orden dominicana. Mantuvo, sin embargo, sus teorías contra la esclavitud de los indios, aunque, curiosamente, estuviese a favor de la esclavitud de los africanos y alegaba que todas las guerras contra los indios eran injustas. Por eso, se enfrentó a diversos teólogos, especialmente a Fray Francisco de Vitoria. Pidió, a sus superiores, para ir a defender sus teorías frente el Consejo de Indias, pero el fracaso en Cumaná lo desacreditaba.
En 1535, se fue a Perú, pero el barco en el que viajaba se hundió frente a la costa de Nicaragua. Allí se enfrentó a Rodrigo Contreras denunciando el comercio de esclavos indios a Perú.
En 1536, se trasladó a Guatemala para continuar su predicación y poner en marcha un proyecto de conquista pacífica que llamó Vera Paz. Entre 1537-1538, logró cristianizar la zona de manera pacífica, sustituyendo la encomienda por un tributo pagado por los indios. Volvió en 1540 a España, convencido de que era en la corte que debería vencer la batalla a favor de los indios. En 1542, el Consejo de Indias lo escuchó, y sus opiniones causaron profunda impresión sobre Carlos V.
Se atribuye a su influencia, el hecho de que el 20 de noviembre de 1542, se hayan publicado las Nuevas Leyes, donde se restringían las encomiendas y la esclavitud de los indios, aunque haya sido de pleno agrado de Bartolomé. Escribió, entonces, su obra más importante, ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’. Por acusar a los ‘descubridores’ de América de crímenes, abusos y violencia, la obra fue calificada de escandalosa y exagerada, y no consiguió evitar las sucesivas conquistas. Sería publicada ilegalmente en 1552, y consiguió gran éxito en el siglo XVII, convirtiéndose en una de las fuentes de nacimiento de la ‘leyenda negra’ del Imperio Español.
En 1543, rechazó el obispado de Cuzco, pero aceptó el de Chiapas, México, siendo encargado de poner en práctica sus teorías. Se estableció en Sevilla en 1544. No fue bien recibido en Chiapas, debido a que los colonos lo consideraban responsable de la publicación de las ‘Nuevas Leyes’.
También escribió ‘Confesionario’, en que se mandaba que antes de iniciar la confesión, el penitente debía liberar a sus esclavos. Tales medidas provocaron disturbios y en 1546 tuvo que partir para la ciudad de México, sin cambiar su política. Su doctrina sería repelida por una junta de obispos. Embarcado en Veracruz a España se retiró al convento de San Gregorio, en Valladolid. En esta ciudad se llevaron a cabo importantes discusiones de 1550-1551 entre él y Juan Ginés de Sepúlveda sobre la legitimidad de la conquista, dejando al segundo victorioso.
Fue nombrado obispo de Chiapas a los 70 años de edad, en 1544. Pero permaneció sólo tres años en Chiapas, siempre perseguido por los españoles. En 1547, dejó América, para no volver jamás. Vuelto a España, continuaría desde allí la defensa de los indios, que corrigió y publicó sus escritos, todos en oposición a la política colonial. Sus ideas fueron desafiadas en América y también en España. Tanto es así que en 1552, sus obras fueron censuradas y prohibidas de leer. Había renunciado a su obispado, antes de morir a los 92 años de edad en el Convento de los Dominicos de Atocha en Madrid, el 17 de julio, 1566.
En defensa de los indios del Nuevo Continente, viajó varias veces veces a España, apelando a los funcionarios del gobierno que lo quisieran escuchar. Desde su incorporación a la vida religiosa dominicana, se dedicó a la causa de los indígenas, la defensa de su vida, la libertad y la dignidad y luchando por sus derechos políticos como pueblo libre y capaz de realizar una nueva sociedad, más cerca del Evangelio. Su prioridad siempre fue el evangelismo. Fue perseguido por los colonizadores españoles de Santo Domingo, Perú, Nicaragua, Guatemala y México.
Muy querido por el pueblo mexicano, su nombre es ahora recordado por ser uno de los más grandes humanistas y misioneros en la historia del cristianismo.