A menudo, cuando pensamos en las obras de arte nos centramos en obras históricas que han sobrevivido a lo largo del tiempo, como la popular Mona Lisa de Leonardo da Vinci. Obras que en definitiva han permanecido durante siglos tras diferentes épocas históricas.
Pero, ¿qué sucede con las obras del arte público? Muchas de ellas fueron producidas con la intención de ser modificadas o, incluso, desaparecer con el tiempo. Es el caso del grafiti, los tapetes realizados con aserrín, semillas y hojas, esculturas de arena o hielo o las decoraciones para festejar determinados eventos populares (por ejemplo: Semana Santa).
Tampoco debemos olvidar las instalaciones en ciudades, las performances, los flashmob, la música y espectáculos urbanos y los happenings realizados por artistas contemporáneos. Todas esas obras solamente existen durante el tiempo que se llevan a cabo para luego dejar de existir.
De acuerdo con la definición que figura en los diccionarios, lo efímero corresponde a lo temporal, que es pasajero, transitorio. Sin embargo, no todas las obras de arte público se hicieron para desaparecer. Cuando pensamos en los monumentos históricos, por ejemplo, la intención es seguir con el paso del tiempo. De igual manera, las actuaciones públicas o performances pueden ser registradas en medios audiovisuales y almacenadas en la nube digital.
Temas tales como la materialidad de las obras y la oposición eterno/efímero complican el arte contemporáneo, ya que son temas muy relacionados con nuestra realidad, el mundo visto a la velocidad en la que vivimos, donde las noticias de ayer ya han pasado de moda. El arte se consume en una sociedad de consumo y tiene una durabilidad específica.
Una tendencia más moderna es el empleo de materiales inusuales, como comestibles, tales como el azúcar, el chocolate líquido, el dulce de leche, la salsa de tomate, el gel de pelo, la basura, materiales ecológicos, el polvo, entre otros. Una manera de secundar e inmortalizar obras con esta constitución es la fotografía.
