Principal representante de la escuela cínica, fundada por Antístenes (444-365 a.C.), Diógenes de Sinope vivió en Atenas y Corinto. Su forma de vida era singularmente simple y el repudio de las costumbres civilizadas le valió ser conocido por motivos anecdóticos.
De acuerdo con uno de estos testimonios históricos, Alejandro Magno, durante su estancia en Corinto, vio a Diógenes tumbado y se posicionó frente a él y por delante del sol. Alejandro le preguntó, entonces, qué podía hacer por él. «No te interpongas entre mí y el Sol», sentenció Diógenes. Alejandro inmediatamente replicó: «Si yo no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes».
La vida de Diógenes es señalada en muchas historias de la filosofía. Fue conocido por ser un pensador que despreciaba de forma manifiesta a los poderosos y las convenciones sociales. Como muchos de los cínicos, despreciaba las ideas generales y las convenciones sociales, negando la posibilidad de la propia ciencia.
Diversos episodios exprimen al detalle sus ideas éticas. Para él, la única forma de vida aceptable sería conforme a la naturaleza, todo lo demás era sólo viento.