El origen de la palabra ‘vocación’ viene del verbo latino ‘vocare’, que quiere decir ‘llamar’. La vocación es, por tanto, una llamada. En el ámbito religioso, la vocación es una llamada de Dios hacia alguna determinación.
La persona llamada se siente impulsada, atraída a hacer aquello para lo que es llamada. Es común oír que alguien que hizo esa experiencia de vocación fue llamado; es como si fuese una voz que resuena suave e insistentemente en nuestros oídos. Es una idea que insiste en permanecer, incluso cuando queremos desecharla.
La persona con vocación se siente atraída por aquello que considera bello, grandioso, importante y necesario que se haga. La vocación es siempre vista como algo que se puede hacer de útil para los otros, y que es, por tanto, un servicio que se puede prestar a los otros. Es importante decir que la vocación tiene siempre esa dimensión alterable, es siempre orientada a lo otro. Es un servicio, una donación.
Para los cristianos, la vocación es enriquecida de un sentido profundo, entregado por el propio Cristo. La tarea de todo cristiano es ya de por sí por una vocación. El cristiano está llamado a hacer siempre el bien y a promover la justicia, lejos del mal. Y es una vocación, un llamamiento imperativo dictado por la adhesión a las figuras de culto.
El filósofo griego Aristóteles decía que el hombre es por naturaleza un animal político. Por naturaleza vive en ‘koinonia’, esto es, en comunidad. Viviendo en una comunidad, las acciones nunca resultan aisladas, ellas repercuten en toda la comunidad. Así es también la relación a la actividad profesional.
Los religiosos son una comunidad llamada para seguir a Jesús dentro de una congregación religiosa, consagrándose a él una serie de votos de pobreza, castidad y obediencia. Es una sociedad justa y más fraternal, según la voluntad de Jesucristo. Ejercen ministerios en la comunidad, según los dones entregados de Dios. Esos servicios vienen representados por obras sociales, animación de la liturgia, catequesis, entre otros.
El sacerdocio es una forma de seguir el llamamiento de Dios exclusivamente para los hombres. El padre es alguien sacado del pueblo y consagrado por Dios para el servicio del mismo pueblo. Él es el gran mediador entre Dios y el pueblo. Su papel es dar continuidad a la misión de Jesucristo, Cabeza de la Iglesia. Además de celebrar la misa y ministrar los sacramentos
El matrimonio es una vocación de amor hecha entre dos personas para vivir juntas y constituir una familia (biológica o no). En esta vocación, uno se entrega al otro, para que sea del otro y para el otro. Cuando la familia vive verdaderamente el amor está correspondiendo al amor de Dios, está educando los hijos en ese amor y está dando ejemplo de fidelidad a Dios. Esa fidelidad se da a través de los valores cristianos. Así la familia se vuelve un espacio con vocación religiosa.
La diferencia entre profesión y vocación
Las personas articulan dos realidades en sus opciones de vida. El primer problema a ser indicado es sobre la tendencia a reducir la vocación a la aptitud, facilidad, don innato del individuo. Ella comporta este aspecto pero no puede restringirse a él, pues sino condenaría a la gran mayoría de personas a la frustración, al percibir que no fueron contemplados con esas habilidades claramente identificables. Para entender más plenamente el sentido de vocación es necesario buscar otra matriz, otra referencia que amplíe su significado, articulándose con la realidad profesional.
El hombre se llama primero para ser feliz, felicidad que debe expresarse en su historia, en la vida concreta, en el día a día. Aquí entra la dimensión sobre el sentido de la vida: somos llamados a tener un sentido profundo para la vida. Para algunos ese sentido se expresa como la felicidad aquí y ahora, cuyo objeto varía de persona a persona. El dinero, el placer, el trabajo, la competitividad, la solidaridad, entre otros.
Una nueva dimensión es la apertura al otro, la dimensión solidaria. No vivimos solos. Somos fruto de la dedicación de muchas personas. Es en la relación con el otro que construimos a la sociedad. Olvidar esa dimensión es deshumanizar nuestras relaciones, realidad que preocupa a todos los que sueñan y luchan por una sociedad fraternal.
También hay una tercera dimensión. Se produce en la relación del hombre con el mundo. Es en el mundo que el hombre se hace y se transforma al mismo tiempo. Dentro de esta perspectiva, adoptamos la profesión como un modo en que el hombre ejerce su papel de transformado del mundo, asume un significado que puede articularse con la vocación trascendental del hombre superando la visión limitada de la conformación con las tendencias innatas, dones o habilidades desarrolladas con maestría.
No debemos dejar de percibir que la vocación es la selección profesional con una dimensión cultural e histórica, fruto del gran contexto como el familiar, el social, el educacional, el político, el religioso, el económico, entre otros. Es en ese contexto que nosotros somos gestados. La historia de la vida de cada uno nos coloca desafíos, situaciones en las que somos provocados a responder. La acción de libertad y los condicionamientos de las situaciones nos imponen la dura tarea de escoger, optar. Si el criterio es apenas la satisfacción o el dinero, muchas frustraciones pueden aguardar en el mercado globalizado.