En la antigua Grecia la gente masticaba resina de árbol para hacer la higiene oral, después de muchas sustancias usadas para mascar. Thomas Adams tuvo la idea de masticar la goma que usaba y así surgió el primer chicle.
Una universidad de Inglaterra realizó un estudio con algunos participantes descubriendo que al masticar varias veces un chicle los mecanismos del cerebro responsables por la memorización son activados y los latidos del corazón incrementados. El cerebro a su vez funciona mejor a causa del aumento de la circulación sanguínea y la oxigenación del cuerpo.
Para algunos, la goma de mascar ayuda a perder calorías, aumenta el flujo de saliva y la producción ácidos, reduciendo la aparición de caries en los dientes. Pero, en contrapartida, la masticación de un chicle no es recomendada diariamente, pues la producción de jugo gástrico sin alimentos favorece el proceso de gastritis y úlceras, además de sobrecargar la mandíbula causando bruxismo y problemas de dentición.
