La Península Ibérica permaneció, durante siglos, dividida entre varios reinos cristianos y musulmanes, formando dos bloques que se combatían permanentemente, mientras la desunión persistió igualmente en el interior de cada bloque. En lo que respecta a la España cristiana, la primera mitad del siglo XV fue una época de gran inestabilidad política y social, que sólo terminó con la unión de las coronas de Castilla y Aragón, por el matrimonio de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
Estos dos monarcas no sólo lograron unificar toda España cristiana, con la excepción de Portugal, como conquistado Granada, el último reino moro de la península en 1492. Se trató de añadir más a los territorios de la monarquía española que habían pertenecido a España y, como resultado de las guerras pasadas, se encontraban en posesión de la corona de Francia; en este caso el Roussillon y la Isla de Cerdeña. En el plano de la política interna, los dos reyes católicos no impusieron sólo la unidad política; forzaron también la unidad religiosa, colocando la fe católica en el centro de sus preocupaciones.
Fue para alcanzar ese desiderato de unicidad religiosa que promovieron la conversión forzada de los judíos y la expulsión de los que se negaron a cambiar de religión y que intimaron a los musulmanes de las regiones conquistadas a convertirse. Si un gran número de judíos optaron por la emigración, para no abandonar su ancestral religión, los musulmanes hicieron la elección de signo contrario, convirtiéndose en su mayoría y ganando así el derecho de permanecer en tierras españolas.
De este modo, garantizada la unidad política del país, bajo la gobernación bicéfala de Fernando e Isabel y obtenida la hegemonía de la religión católica, España se lanzó en la concreción de un plan de expansión territorial, encaminando sus esfuerzos de descubrimiento y colonización en la dirección del continente americano.
La riqueza adquirida en las tierras conquistadas aportaría a la Corona española los medios financieros no sólo para garantizar la estabilidad del nuevo estado como para dar a España un lugar de gran relieve en la economía europea hasta finales del siglo XVI, aproximadamente.