Las sucesiones ecológicas pueden ser caracterizadas a partir del potencial de adaptación de las comunidades pioneras en ambientes previamente deshabitados, o mediante la sustitución de éstas por otras, con mejor tendencia al equilibrio, estableciendo el clímax de la población de acuerdo a factores abióticos –temperatura, humedad, insolación, pluviosidad – perdurando por varias décadas, algunos siglos o miles de años.
Normalmente, las especies colonizadoras son las gramíneas u otras plantas de pequeño tamaño, con esporas o semillas transportadas por los vientos, instalándose en lugares inhóspitos, soportando las adversidades climáticas (suelo poco estable, escasez de agua y calor intenso), abriendo camino para la población de otros organismos.
De esa forma, se entiende por sucesión primaria aquella que sucede en regiones estériles (sin vida), por ejemplo, terrenos cubiertos por extravasación y flujo de lava, rocas expuestas por el retroceso de los glaciares, islas volcánicas o dunas de arena.
En el caso de la sucesión secundaria, se trata de lugares ya habitados, cuyo equilibrio fue alterado por alteraciones ambientales drásticas, provocadas o no por la acción del hombre.
Esta condición configura el escenario observado en plantaciones abandonadas, bosques destruidos por incendios y lagos en sequía, siendo la vegetación parcial o totalmente devastada.
En el bioma cerrado, las sucesiones ecológicas se alternan en consecuencia de los eventos naturales de quemas, recomponiendo estacionalmente esa fitofisonomía.