La sociedad es una armoniosa relación ecológica intraespecífica. En la mayoría de las especies de abejas, esta forma de organización es altamente concisa, habiendo división de actividades entre los organismos que poseen diferencias anatómicas según la función que realizan, generalmente acompañando el dimorfismo sexual.
De esta manera, el trabajo se realiza generalmente por las abejas obreras, hembras estériles (con aparato reproductor atrofiado/ovarios inactivos) viviendo en promedio un mes, durante el cual están incumbidas de colectar néctar extraído de las flores, nutrición de las larvas, limpieza y producción de cera para la preservación de la colmena.
Las abejas zánganos, varones desarrollados por partenogénesis (sin fertilizar los huevos y por lo tanto haploides), tienen corta vida y son sólo responsables del aspecto reproductivo, implantando los huevos que dan lugar a las abejas operarias.
La reina, la única hembra fértil, sobrevive durante largos períodos (más de nueve años), responsables de la deposición de huevos, con una producción diaria media de mil huevos fecundados por los zánganos en el momento del vuelo nupcial. Esa matriz de la colmena surge de larvas alimentadas con jalea real, una secreción glandular nutritiva, sintetizada por abejas operarias jóvenes. Mientras, los demás miembros se alimentan de una mezcla de polen y miel.
Un dato muy interesante en esta sociedad, así como se observa en otras de animales, es la señalización mediada por feromonas, sustancias químicas que proporcionan el reconocimiento mutuo y sexual entre organismos semejantes, causando también estímulos de alarma (defensa), control poblacional, indicativos del trayecto (camino en dirección a la fuente de alimento) y otros.
Cuando la población de una colmena si se excede (con más de 80 mil insectos), y es necesario dividir la sociedad en dos, la acción de la feromona en concentración baja, induce al trabajador a proporcionar la jalea real a las larvas, que se diferencian en nuevas reinas, reemplazando la existente.