Los fósiles representan restos (huesos, dientes, tejidos orgánicos) o vestigios (huellas, excrementos y tallos petrificados) conservados de seres (animales o vegetales) que vivieron en el pasado, hace más de 10 mil años, antes de la época del Holoceno, período Neógeno, era Cenozoica.
Estas evidencias, objetos de estudio de la paleontología, constituyen el principal fundamento de la teoría evolucionista, permitiendo el análisis anatómico o a través de pruebas, la determinación de la escala filogenética de la evolución biológica, con base en los cambios graduales seleccionados y adaptados juntamente a factores catastróficos naturales.
Pero para tal existencia de un registro fosilífero, normalmente una situación rara, son necesarias condiciones específicas que contribuyan a la formación y preservación de uno o varios ejemplares fósiles.
Los ambientes sedimentarios son propicios para la ocurrencia de fosilización. Cuando un animal muere, podría estar enterrado por la deposición de arena, arcilla o congelación, impidiendo la acción de los descomponedores.
Mientras el paquete sedimentario va siendo compactado, formando una roca sedimentaria, el contenido orgánico es proporcionalmente sustituido por sustancias mineralógicas tomando la conformación estructural del tipo fosilífero, pudiendo este ser un molde, un contra-molde, una petrificación o una impresión.
Por lo tanto, a través de los fósiles fue posible comprender la evolución de los seres vivos, los mecanismos de adaptación y extinción de organismos, reposición de ambientes y climas del pasado y también la historia geológica del planeta a partir de la datación de los extractos rocosos.