La época helenística se entiende generalmente como una época de transición entre el esplendor de la cultura griega y el desarrollo de la cultura romana. Tal concepción se asocia con una visión eurocéntrica de la cultura y por lo tanto hace secundarios los elementos de origen oriental, persa y egipcio, a pesar de tener estos elementos como formadores de la cultura helenística.
Antecedentes de la época helenística
La Antigua Grecia vivió su momento de mayor esplendor cultural en el siglo V a.C., especialmente en la ciudad de Atenas. Fue el Siglo de Oro o Siglo de Pericles, época de apogeo de la democracia y momento en que la ciudad combinó la guerra con el desarrollo.
Paradójicamente, este siglo estuvo marcado por numerosas guerras, que vinieron a arruinar el imperialismo de Atenas, Esparta y Tebas sucesivamente, ese último ya en el siglo IV a.C.
Las guerras constantes que implicaron las ciudades griegas fueron responsables por la gran mortalidad, gastos y destrucción, debilitando el mundo griego y, consecuentemente, facilitando las invasiones extranjeras. La conquista del territorio griego por los macedonios combinó la decadencia griega y la ascensión del Reino de Filipo II.
La historia no da importancia al Reino de Macedonia. Formado desde el siglo VIII a.C., ocupó principalmente las regiones de planicies al norte de Grecia, viviendo principalmente de la agricultura y el pastoreo, una vez que el control ateniense de las regiones costeras forzó a los gobernantes macedónicos a concentrarse en la unificación de las mesetas y llanuras de Macedonia, tarea completada por Amintas III (reinando entre 389 y 369 a.C.). Los diez años siguientes fueron marcados por crisis internas, con la rebelión de la nobleza territorial contra el poder central.
En el 359 a.C., Felipe II sucedió en el trono macedónico a Pérdicas III. Después de restablecer e incluso ampliar las fronteras del país, las consolidó mediante el establecimiento de colonias y se apoderó de la región minera de Pangeu, donde consiguió el oro necesario para adoptar su propia moneda. De esa manera, atrajo a la nobleza y al mismo tiempo organizó una poderosa estructura militar, responsable por la conquista de los territorios griegos. Con la victoria en la Batalla de Queronea, en el 338 a.C., Filipo II fue asesinado al añao siguiente y lo sucedió su hijo, Alejandro III (Alejandro Magno).
Alejandría, en Egipto, con 500.000 habitantes, se convirtió en la metrópoli de la civilización helenística. Fue un importante centro de las artes y las letras y la propia literatura griega, teniendo su propia fase llamada alejandrina.
Allí existieron las instituciones culturales más importantes de la civilización helenística: el Museo, especie de Universidad de sabios, con jardín botánico, zoológico y observatorio astronómico; y la biblioteca, con 200.000 volúmenes, copistas y talleres para la elaboración de papiro.
Desde el punto de vista cultural, el período entre 280 y 160 a.C. fue excepcional. Tuvieron un gran desarrollo para la historia, con Polibio; la matemática y la física con Euclides, Arquímedes y Eratóstenes; astronomía con Aristarco, Hiparco, Seleuco y Heraclides; geografía, con Poseidonius; medicina, con Herófilo y Erasístrato y gramática, con Dioniso de Tracia. En la literatura, surgió a un notable poeta, Teócrito, cuya poesía idílica y bucólico ejerció gran influencia.
El pensamiento filosófico evolucionó hacia el individualismo moral de los epicúreos y los estoicos y las artes legaron para la posteridad algunas de las obras primas de la antigüedad, como la Venus de Milo, la Victoria Samotracia y el grupo del Laoconte.
A medida en que el cristianismo avanzaba, la civilización helenística llegó a representar el espíritu pagano que resistió a la nueva religión. El espíritu griego no desapareció con la victoria de los valores cristianos; sería, doce siglos más tarde, una de las líneas de fuerza del Renacimiento.
