En primer lugar es importante hacer la distinción entre el tartamudeo y la disfluencia. El tartamudeo es la repetición involuntaria, prolongamiento o bloqueo que interrumpe el flujo normal del discurso/habla. A su vez, la disfluencia es un problema normal del lenguaje que consiste en hacer pausas, repetir palabras o sonidos, sin tensión, ya sea al principio de la oración, o cuando el niño está pensando en cómo terminar la frase. La disfluencia se presenta particularmente en años de rápido desarrollo lenguaje (entre los 2 y 5 años de edad) y muchos de los niños que experimentaron este problema no llegan a desarrollar un tartamudeo. El tartamudeo puede ocurrir si las repeticiones relajadas o sonidos demasiado prolongados se vuelven muy tensos y el niño comienza a quedar angustiada y luchar para acabar las palabras y también si sufre presiones exteriores para hablar bien.
El tartamudeo comienza generalmente entre los 3 y 5 años, siendo menos frecuente entre los 5 y 9 años y muy raro después de los 12 o 13 años. Cabe señalar, sin embargo, que el 5% de los niños que tartamudearon en un cierto período de tiempo durante la infancia, el 4% se recuperarán con o sin ayuda y solo un 1% de los niños mantendrán el tartamudeo en la edad adulta.
El tartamudeo se presenta en la confluencia de varios factores; tales factores pueden ser físicos, emocionales o directamente vinculados a diferentes contextos, tales como la escuela y la familia. La combinación de diversos factores circunscritos a la infancia puede ser la clave para explicar el problema. En lo que se refiere a la heredabilidad, según los estudios realizados en el campo, el tartamudeo no es hereditario pero sí diversos patrones particulares del desarrollo del lenguaje.
La mejor manera de prevenir que una disfluencia se convierta en un tartamudeo es no exigir demasiado del niño en términos lingüísticos, sobre todo si este fuera muy sensible al fracaso, una vez que él puede no tener madurez suficiente para hablar con la claridad que a un adulto le gustaría. Muy importante también es ayudar al niño a no afrontar la disfluencia como un fracaso, sino antes como una etapa que será superada si está hablando despacio, sobre todo cuando tiene mucho para decir o quiere transmitir una idea compleja.
El adulto todavía puede tomar algunas medidas para hacer las conversaciones más fáciles para el niño, tales como: mirar al niño cara a cara, usar un lenguaje sencillo comprendido por él, hablar del presente y de temas concretos, no colocar demasiadas cuestiones, incentivar al niño a hablar despacio.
Si el problema persiste, debe contactarse con un terapeuta del habla (logopeda infantil) que podrá apoyar y ayudar a definir medidas en el sentido de prevenir el desarrollo de la tartamudez.