La historia de la Rusia pre-revolucionaria comenzó en el siglo XIX, cuando tenía 22 millones de kilómetros cuadrados y más de 100 millones de personas, y su principal característica fue el gran atraso económico en comparación con los países de Europa occidental. Mientras que Gran Bretaña, Francia y Alemania pasaron por un proceso acelerado de desarrollo urbano-industrial, evolucionando a regímenes parlamentarios constitucionales y realizando significativos avances científicos y técnicos, Rusia se mantuvo en un declive económico, social, político y cultural.
Como un país predominantemente agrario y prácticamente feudal, la aristocracia rural y el clero ortodoxo tenían el control de la propiedad de la tierra. El proceso de industrialización, a su vez, comenzó sólo en las últimas décadas del siglo XIX y se caracteriza por su extrema concentración en algunas grandes ciudades como Kiev, Moscú y Petrogrado (actual San Petersburgo), entonces capital del país. Además de eso, más del 50% del capital invertido en la industria manufacturera era extranjero, principalmente procedente de franceses, alemanes e ingleses. Esta industrialización tardía, dependiente externamente y concentrada, produjo, por un lado, una burguesía débil e incipiente y, por otro, un proletariado fuerte, organizado y combativo, que, dados sus orígenes rurales, tenían estrechos vínculos con los campesinos.
El atraso económico se reflejó en la vida social del país: la sociedad seguía siendo esencialmente rural, con los campesinos constituyendo el 80% de toda la población. En las ciudades, en las que se redujo la tasa de urbanización, se concentró la clase obrera, compuesta por cerca de seis millones de trabajadores. La burguesía y la aristocracia, a su vez, no fueron suficientes para constituir una décima parte de la sociedad.
Mientras que en los países de Europa Occidental habían evolucionado para regímenes liberales, Rusia seguía viviendo en la era del absolutismo, y un imperio autocrático gobernado por el zar Nicolás II, de la dinastía romana, que se negaba a conceder a sus súbditos un gobierno constitucional y parlamentario.
En cuanto a la cultura, en la Rusia pre-revolucionaria, junto a una refinada influencia europea existente en las grandes ciudades, en el campo continuaron dominando las costumbres y las tradiciones orientales. Un ejemplo del atraso cultural fue el hecho de que Rusia aún adoptaba el calendario juliano, mientras que en los países de Europa Occidental estaba en vigor el calendario gregoriano. La diferencia de 13 días en un calendario a otro refleja, en aspectos históricos, el retraso de Rusia en relación a Europa occidental.