Los padres son a menudo acusados por los problemas de los niños y jóvenes. Cuando algo sale mal, casi siempre hay un dedo acusador hacia las figuras parentales. En las escuelas, es muy vulgar que los profesores dediquen tiempo y energía a lamentarse relativamente por el desinterés de los padres, al poco afecto demostrado en relación a los hijos y también a la falta de supervisión en casa. Esas actitudes de ciertos padres son consideradas por los docentes como las principales causas de los fracasos académicos de sus alumnos. Efectivamente, los padres son culpabilizados, pero no enseñados.
Actualmente, se dan pocos esfuerzos en relación a la orientación y ayuda de los padres para hacerse eficaces en la educación de los hijos, probablemente porque se sigue partiendo de la presuposición de que ser buena madre o buen padre es instintivo o que se aprende en el contexto de la familia de origen. En realidad, el ejercicio de la función parental resulta de una construcción progresiva, hecha por ensayos y error. Educar a los hijos es el trabajo más difícil, complicado, angustiante y agotador del mundo. Para conseguir tener éxito es necesario disponer de toda la paciencia, sentido común, tacto, amor, sabiduría, conciencia y conocimiento que los padres tengan a su disposición.
Siendo esta una tarea muy difícil, se hace todavía más urgente la participación de especialistas de la educación y del desarrollo en el sentido de ayudar a los padres en la educación de sus estudiantes. La responsabilidad de profesionales en este ámbito se incrementará dado que es el conocimiento de estos la importancia del contexto familiar para el desarrollo integral del ser humano. Los lazos afectivos familiares son fundamentales para el niño construir y preservar su sentido de identidad y para su desarrollo intelectual, social y moral.