Uno de los principales problemas que, en términos ambientales, ha causado polémica es el almacenamiento de productos contaminantes no biodegradables y muy peligrosos, como es el caso de los residuos hospitalarios (jeringas que pueden estar contaminadas, residuos médicos, etc.), y por encima de todo, el de los residuos nucleares, que, durante miles o incluso millones de años, seguirán emitiendo radiaciones altamente nocivas para todas las formas de vida.
En estas circunstancias, el principal problema que surge es encontrar una forma de almacenarlos con seguridad. Y ante esa cuestión surgieron dos soluciones: cierre en robustos recipientes herméticamente cerrados y depositados en profundas galerías subterráneas o en los fondos oceánicos.
Pero ninguno de estos procesos de almacenamiento no ofrece, de modo alguno, seguridad absoluta. Primero, porque los recipientes terminarán, más tarde o más temprano, por deteriorarse, liberando su contenido peligroso, lo que provocaría catástrofes ecológicas, principalmente en el medio marino y en sus márgenes; segundo porque se coloca la posibilidad de un temblor de tierra o sismo violento que pueda dañarlos, con los mismos efectos indeseables.
Debemos destacar que los países productores de esos residuos (que son las grandes potencias nucleares) intentan que ese almacenamiento se haga lejos de su territorio, buscando incluso exportarlos para algunos países del Tercer Mundo a cambio de donaciones monetarias.
Algunos científicos afirman que, además de los problemas anteriores, la creación de ‘cementerios nucleares’ de alta actividad en el mar o de su enterramiento en el subsuelo marino siempre implica riesgos graves, ya que estos materiales peligrosos son inaccesibles y fuera de control del ser humano, por lo que, si hubiera algún problema, podría tener consecuencias desastrosas desde el punto de vista de la contaminación ambiental.