Las ciudades no desaparecen completamente en la Alta Edad Media; sin embargo, aunque conservasen antiguas actividades comerciales, pasaron a tener un carácter administrativo-episcopal. Tal situación comenzó a cambiar en el siglo XI, cuando la población europea cambió, el comercio se reanimó y el feudalismo conoció su declive. Así comenzó el Renacimiento Comercial y Urbano, cuando las ciudades pasaron a ser centros de actividades mercantiles y, por extensión, centros industriales, o, más concretamente, artesanales y de manufacturación.
Los grandes comerciantes vendían productos originarios de otras regiones, como la seda de Italia, la de las ciudades flamencas y las especies de Oriente. Estos mercaderes opulentos constituían la alta burguesía –o como era denominado en la época, el patriciado urbano. Se organizaban en asociaciones llamadas gremios y poseían un monopolio del gran comercio.
Debajo de ellos estaban ubicados los comerciantes más pequeños, es decir, la pequeña burguesía. Eran comerciantes y señores de la calle de talleres de producción artesanal (estos últimos pequeños profesionales eran conocidos como maestros artesanos).
Los estratos más bajos de la población urbana se formaron por los empleados de los talleres de artesanía, por los trabajadores (trabajadores pagados por día de trabajo), los sirvientes de familias adineradas y también personas sin profesión definida y mendigos.
La mayor parte de la producción urbana era destinada al consumo local y el ambiente formado por zonas rurales adyacentes. Sólo en las regiones más desarrolladas, como Flandes, hubo una producción para el mercado internacional.
La producción de los talleres artesanales se regía por los gremios (asociaciones que reunían todos los artesanos de una ciudad ligados a una misma actividad productiva). La regulación tenía por finalidad mantener el equilibrio entre la producción y el consumo, así como evitar la competencia entre los productores. No siendo posible la intervención en el mercado consumidor, se desarrollaba en el mercado productor, mediante la fijación de precio, cantidad, calidad de productos, pago a trabajadores, horas de trabajo, entre otros aspectos laborales.
El gremio también ofrecía funciones asistenciales, pues las contribuciones pagadas por sus miembros podían ser parcialmente destinadas a asociados enfermos, inválidos o cuya oficina hubiera sufrido un siniestro. En ocasiones de guerra que afectasen a la ciudad, las asociaciones llegaban a participar en los combates, organizándose en milicias urbanas. Asociado a los gremios, existían las cofradías, entidades patrocinadas por la Iglesia que reunían a los artesanos en torno del santo patrón de su profesión.
La forma de producción industrial urbano varió de acuerdo con el desarrollo económico de la Edad Media. Inicialmente, la forma típica fue la producción artesanal. En ella, un maestro artesano, quien posee los medios de producción (herramientas, materias primas, instalaciones), vendía sus productos directamente a los consumidores. Él trabajó con un número variable de empleados (funcionarios o socios), cuya remuneración se base en la participación de las ventas realizadas y que con el tiempo podría convertirse en maestros artesanos con taller propio. En el taller había todavía aprendices, a menudo parientes del maestro o un oficial, que trabajó entre siete y nueve años sin goce de sueldo a cambio de vivienda, alimentación e iniciación a la profesión.
Hubo momentos en que la expansión del mercado obligaría a los maestros a aumentar la producción, para hacerlo rápidamente, teniendo que contratar a más trabajadores, porque no había tiempo para convertir a los alumnos oficiales. Con el tiempo, los maestros se dieron cuenta que era más barato que pagar jornaleros antes que funcionarios – lo que también significó una mayor ganancia. Así, la distancia entre el empleador y los empleados aumentó debido a que el número de oficiales se redujo y disminuyó su importancia en la actividad productiva. Pero a pesar de la disminución del número de empleados con cuota de ventas (sustituido por un creciente número de empleados), el maestro artesano siguió trabajando en el taller, en compañía de sus empleados. Por lo tanto seguía existiendo la producción artesanal.
Pero el crecimiento del consumo terminó alterando la relación entre productor y consumidor, generando la necesidad de un intermediario (el comerciante) que dispusiera de capital para comprar el producto del maestro artesano y revenderlo en mercados nacionales e internacionales.
La participación del comerciante en la distribución daría origen a la producción manufacturera. En esta, ya no existía la figura del maestro (el cual trabajaba junto a sus subordinados) sino el dueño de los medios de producción que contrataba a los trabajadores y supervisaba por medio de capataces igualmente contratados.
La producción manufacturera fue principalmente en el sector textil y significó la intervención del capital comercial en el proceso de producción – lo que sin duda era considerablemente simplificado. No es que el comerciante se convirtiera en productor. Él continuó siendo un comerciante, para aumentar sus ganancias, ahora también productora.
Inicialmente, el comerciante contrató a unos trabajadores, sólo para el acabado del material adquirido de los maestros artesanos. Luego amplió sus instalaciones para llevar a cabo el tejido.
Después de haber obtenido buenos resultados en la producción textil, los comerciantes comenzaron a dedicarse a otros sectores productivos. En todas ellas, para acelerar el proceso y aumentar la productividad, la obra se divide en tareas específicas, realizadas siempre por los mismos trabajadores – que ya no se necesitan sucesivamente realizar diferentes tareas. Esta es la diferencia esencial entre la fabricación y la artesanía: en el primero, el mismo trabajador realiza todos los pasos de producción, para dar el producto terminado, mientras que en la fabricación, cada trabajador realiza un solo paso en el proceso pasando a otro empleado el encargo de completar la etapa siguiente. Este tipo de mecanismo concebido fue ampliamente adaptado durante la Revolución Industrial con la producción en serie.
La expansión de la industria manufacturera arruinó a numerosos maestros que no lograron competir con ellos. Muchas de las tiendas acabaron cerradas e incontables artesanos, para sobrevivir, empezaron a trabajar en sus propias casas, ayudados por sus familiares. Ese proceso productivo recibió el nombre de producción doméstica o sistema doméstico de producción.
El comerciante manufacturero convivió con los demás tipos de productores hasta el siglo XVIII cuando se inició la moderna industrialización.