Durante la Edad Media, la expansión del cristianismo fue la responsable del desarrollo de las diversas experiencias de la fe. A principios de esta época, la devoción de los cristianos inspiraba la conversión religiosa de personas que tomaban sus historias como comprobación de la verdad cristiana. Más que un simple relato admirable, esas historias proporcionaban un modo de proceder a los fieles y determinaba la aparición de los primeros mártires y santos de la religión.
Paralelamente a la fuerza de estos informes, los objetos y las partes del cuerpo de los cristianos santificados se convirtieron en un objeto de veneración fervorosa. Tales reliquias funcionaron como prueba material de la gran comprobación material de todo el sufrimiento y la negación de personajes incluidos en el universo cristiano.
Con el tiempo, estos objetos sagrados atrajeron a miles de peregrinos que, tocados por la apreciación de un elemento sagrado, realizaban donaciones a los cofres de la Iglesia.
Desde el punto de vista religioso, el contacto (incluso visual) con la reliquia sagrada significaba la garantía de alcanzar la gracia o protección espiritual durante toda una vida. Para iglesias y ciudades, poseer una reliquia funcionaba como un elemento protector y de buena suerte. Además, la peregrinación de los devotos significaba una mayor recaudación y el crecimiento económico local.
Más tarde, la búsqueda de reliquias llegaba a organizar rituales de adoración que hoy pueden ser considerados bizarros.
A mediados de 1260, la tumba que albergaba a San Antonio de Padua fue abierta después de más de treinta años de su muerte. Al examinar los restos del santo, se encontró que la lengua se mantuvo prácticamente intacta. Visto como una prueba de su vida sin mancha, la lengua se removió de su cuerpo y aún se pueden ver en la Basílica de San Antonio de Padua, Italia.
En 1083, un grupo de clérigos ordenó que el cuerpo de San Esteban de Hungría fuera abierto para que el proceso de beatificación fuese inaugurado. Una vez más, observando las condiciones generales del cuerpo, se dieron cuenta de que su mano estaba en perfectas condiciones. A tiempo, la mano fue extraída para convertirse en la reliquia más importante de la Basílica de San Esteban, en Budapest.
En el siglo XIV, la muerte de Santa Catalina de Siena llevó a una fuerte disputa por la posesión de su cuerpo. La solución fue llevar a cabo la extracción de su pie derecho, que terminó en la ciudad de Venecia, y la cabeza, que era la reliquia principal de su ciudad natal. En la actualidad, el resto de su cuerpo se deposita en la ciudad de Roma, la capital de Italia.
Si estos casos particulares resultan peculiares, no debemos dejar de hablar de las reliquias relacionadas con la vida de Jesucristo. La búsqueda de objetos que aparecen en la Biblia abrieron una larga lista de expediciones en varias ciudades europeas. La sangre de Cristo, el famoso sudario y el prepucio del Mesías son algunos de los objetos de culto.
Para las personas más criticas, esas situaciones reflejarían históricamente que los miembros de la Iglesia se valieron de varias estrategias para despertar el interés de sus fieles y obtener recursos y financiación para sus actividades religiosas. Desde un punto de vista histórico, las reliquias marcaron una experiencia religiosa propia de la época medieval, exponiendo el valor que lo sagrado ocupa en la vida de las sociedades a lo largo del tiempo.