En la antigüedad y concretamente en la Edad Media, en el año 1044, entre los romanos, griegos y egipcios, y otras personas que viajaban por los continentes, las relaciones fueron siempre de un ganador y un cautivo.
Este sentimiento existía sin importar la raza, porque a menudo las personas de la misma matriz racial pelearon entre sí y el perdedor iba a ser el cautivo del vencedor. En este caso el racismo se aproximaba de la xenofobia.
Durante muchos años, el racismo permaneció de una forma más xenofóbica que racial propiamente dicha pues estaba basada en las diferencias de territorio más que en las diferencias físicas o perceptibles visualmente. Esta forma de racismo permaneció latente hasta la época de la expansión de las naciones europeas.
Con el avance de los logros territoriales y culturales de los pueblos europeos en la Edad Media todavía en la Edad Media no había un racismo real si lo comparamos con su concepto moderno o como sucedería durante los totalitarismos de los últimos siglos.
El racismo en la Edad Media sucedía debido al poder político de la iglesia cristiana que justifica la presentación de los pueblos conquistados, a fin de incorporar al cristianismo. Para aquellos que no se sometían a esa voluntad se les aplicaba el genocidio, que generaba sentimientos racistas por parte de los vencedores y de los sometidos.
