Los seres humanos y hasta los animales, producen en sus canales auditivos una secreción aceitosa, mejor conocida como cera del oído, cerumen o cerilla. Se compone de una mezcla de queratina (pedazos de piel) y ácidos grasos de cadena larga (saturados e insaturados).
¿Y dónde ocurre la producción de esta cera? Claro que ya pensaste en la respuesta – en el oído – pues el propio nombre ya la describe. Pero queremos aquí ser un poco más específicos.
La parte interna de nuestro oído está formada por un canal más cerrado con pocos pelos y que posee glándulas sebáceas (ceruminosas). Las mismas son responsables por la producción del cerumen (nombre técnico de la cera del oído).
Para los más valientes, que ya han tenido la osadía de probar tal cera, una pregunta, ¿por qué presenta ese sabor amargo?
La respuesta es fácil: ella está compuesta de ácidos grasos, así como las margarinas y mantequillas del supermercado. ¿Ya probaste a dejar esos alimentos fuera de la nevera?
Ambos productos, dejados fuera de la nevera, pasan a presentar un gusto amargo, conocido como rancidez. La explicación del sabor se encuentra en el contacto de los ácidos grasos con el oxígeno atmosférico, el O2, pues él posee la capacidad de oxidar las grasas. Lo mismo sucede con la cera del oído, ella se oxida y queda sin olor y sabor amargo.
Pero ¡atención! La cera del oído no es sólo una impureza producida por nuestro cuerpo, tiene una función importante, la de proteger el canal auditivo contra la entrada de partículas y suciedad contaminante. Por tanto, el uso de barras de algodón flexibles (bastoncillos) es una acción que debe ser analizada cuidadosamente, pues de ser utilizados de forma abusiva e incorrectamente puede provocar daños en el conducto auditivo externo, además de retirar su protección natural y empujar hacia el interior la cera del oído.
Lo ideal, recomendado por los médicos, es higienizar esa parte del cuerpo utilizado el propio dedo envuelto en una toalla.
