La pintura romana es de origen griego. Se distinguen cuatro estilos: el primero (siglo I a.C.) conocido por los frescos de Pompeya busca dar ilusión al espacio. El segundo (siglo I a.C.) tiene su énfasis colocado en la resolución del espacio interno – el mural, imitando la arquitectura, muestra un tímido paisaje que se pierde de vista y hace olvidar de la existencia de muros. Ejemplo de esa pintura que trata de ampliar el espacio es ‘Bodas aldobrandinas’, probablemente cercano a la época de César Augusto y copia de un original griego del siglo IV a.C. El tercer estilo florece en tiempos de Augusto: los temas favoritos son escenas mitológicas y paisajes ideales. El cuarto y último es el flaviano, que toma elementos del segundo y del tercero y con ellos plasma una decoración que nos recuerda a las manifestaciones artísticas del barroco.
Referencia especial debe ser hecha a los retratos de Fayum (siglos I a III d.C.) entre los cuales se encuentran algunos de los más bellos ejemplares de la pintura romana, en el género.
Las artes aplicadas comprendían especialmente mosaicos (Casa del Fauno, de Alejandro Magno en Pompeya, 50 a.C.), utensilios en bronce, plata y esmalte, cerámica (terra sigilata), entre otros.