En la antigüedad, la región de Mesopotamia estuvo marcada por un gran número de conflictos. Entre estas guerras destacó la dominación de los persas en el Imperio de Babilonia en 539 a.C. Bajo el liderazgo del rey Ciro, los ejércitos persas emprendieron la formación de un gran estado centralizado que dominó toda la región mesopotámica. Después de la unificación de los pueblos, los persas inicialmente aumentaron las fronteras en la dirección de Lidia y las ciudades griegas de Asia Menor.
La estabilidad de las conquistas de Ciro fue posible gracias a una política de respeto a las costumbres de los pueblos conquistados. Cambises, hijo y sucesor de Ciro, continuó el proceso de expansión de los territorios persas. En el 525 aC, los persas conquistaron Egipto en la batalla de Peleo y se anexionaron al territorio de Libia. La prematura muerte de Cambises en el año 522 aC, afectó al trono al no dejar herederos directos en su descendencia.
Después de haber estado una importante reunión entre los jefes de familias persas, Darío fue elegido como el nuevo emperador persa. En su gobierno fueron objeto de varias reformas políticas que fortalecieron la autoridad del emperador. Aprovechando la fuerte cultura militar del pueblo de Persia, Darío había ampliado las fronteras de su reino por la conquista de las llanuras del río Indo y Tracia. Esta secuencia fue interrumpida sólo por conquistas militares en el año 490 aC, cuando los griegos ganaron la batalla de Maratón.
La amplia extensión de áreas persas era un obstáculo importante para la administración imperial. Así, el rey Darío I promovió un proceso de descentralización administrativa para dividir los territorios en unidades más pequeñas llamadas satrapías. En cada uno de ellos un sátrapa (una especie de gobernante local) fue el responsable de la recaudación de impuestos y el desarrollo de actividades económicas. Básicamente, el sátrapa se encargaba de gestionar las tierras con el apoyo de funcionarios públicos.
Además de contar con las medidas de carácter político, el imperio persa aseguró su hegemonía a través de la construcción de varias carreteras. Al mismo tiempo en que la red de carreteras garantizaba una mejor posición de los ejércitos, también servía como apoyo en el desarrollo de las actividades comerciales. Los trueques comerciales, a partir del gobierno de Darío I, pasaron por un breve periodo de monetización la creación de una moneda de oro propia: el dárico.
La religión persa, en un primer momento, se caracterizó por su carácter esencialmente político. Sin embargo, entre los siglos VII y VI aC, el profeta Zoroastro se embarcó en una nueva concepción de la religión entre los persas. El pensamiento religioso de Zoroastro negó las percepciones en las creencias otro ritual de los pueblos de Mesopotamia. En su lugar, cree que la posición religiosa de la persona se basaba en escoger entre el bien y el mal. Este carácter dual del zoroastrismo puede ser mejor entendido en el Zend Vesta, el libro sagrado de los seguidores de Zoroastro. En esta obra encontramos a Ahura Mazda quien era la deidad representante de la bondad y la sabiduría. Además de él, estaba el dios Ahriman, lo que representa el poder de las tinieblas. El zoroastrismo aún sobrevive en algunas regiones de Irán y la India con un gran número de seguidores.