Parece que fue ayer, pero ya está tan lejos aquel primer encuentro entre la madre y su bebé recién nacido, marcado por un intercambio de miradas. Desde ese primer momento fueron muchas las horas que la madre pasó observando a su retoño, aprendiendo a conocerlo y maravillarse con cada una de sus nuevas habilidades y descubrimientos.
No fue necesario enseñarle a llorar diferente para diferentes necesidades, ni tampoco anidarse en su regazo y sentirse reconfortado con el contacto físico y vocal de los padres. Las palabras ‘mamá’ y ‘papá’ han surgido tan espontáneas que todos se sorprendieron de cómo él ya había empezado a hablar. De hecho, cuando todo va bien, con el nacimiento del hijo no parece muy necesaria una gran preocupación enseñarles muchas y grandes actividades.
Los niños participan activamente en su desarrollo y son capaces de por sí mismos dar lugar a cambios en el entorno que les rodea, o despertar en nosotros la suficiente atención, propicias para el cambio, a nuevos hallazgos y en consecuencia nuevas adquisiciones. Y así, paso tras paso, todo se procesa tan rápido y tan bien que frecuentemente decimos u oímos expresiones como: ‘Parece que ya nacieron enseñados’ o ‘¿Quién fue quien te enseñó esto?’.
De cualquier forma, y ya por diversas veces lo decimos, el ritmo de desarrollo varía de niño a niño. Ni todos los niños alcanzan las mismas competencias en la misma edad. Estas diferencias pueden deberse al interés y la motivación por lo que las rodea, pero también a la propia estimulación a la que cada niño está expuesto. Estas diferencias del desarrollo, y desde que no superen los límites de cada etapa del desarrollo, no ofrecen ningún tipo de preocupación.
Intervención temprana
Sin embargo, existen otras situaciones en que la adquisición de ciertas habilidades no se hace con el tiempo deseado y puede no ser sólo una diferencia en el ritmo de desarrollo, sino de una situación más seria que puede requerir una intervención especializada. Estamos hablando de niños con cambios de desarrollo, que pueden reflejarse a nivel de inteligencia, de motricidad, de caminar, de hablar, de audición, de visión, de la relación con otros, etcétera. Importa en estas situaciones una detección precoz y oportuna.
La mejor manera de ayudar a un niño con los cambios de desarrollo es a través de la intervención temprana. La evolución y el pronóstico del desarrollo de estos niños depende en gran medida de un seguimiento especializado que debe iniciarse lo más pronto sea posible.
Hemos visto muchas veces a un retardo de la evaluación y consecuente intervención de especialistas porque no se tiene seguridad de si se trata de una alteración del desarrollo del niño o no. En caso de duda, lo más aconsejable es pedir una opinión experta. Solamente así se pueden deshacer dudas y considerar, si se justifica, la participación de nuevos profesionales y las estimulaciones oportunas y adecuadas adaptadas a las características especiales de cada niño.
Si el niño sin alteraciones de desarrollo es activo y puede por sí mismo provoca cambios en el medio propicios a su desarrollo, el niño con alteraciones puede no disponer de medios necesarios para actuar y responder al entorno, haciéndose por tanto fundamental y necesario ayudarlo a no perder oportunidades de tener acceso a experiencias y a no desperdiciar la posibilidad del niño evolucionar a niveles superiores a aquellos que conseguiría solo.