En los primeros años de la Edad Media, la isla de Gran Bretaña fue el blanco de la regla de los anglos y los sajones. No fue sino hasta el año 1066, el duque normando Guillermo el Conquistador tomó el control de la isla con la victoria sobre los anglo-sajones en la Batalla de Hastings. Bajo su gobierno, los territorios británicos fueron divididos en regiones llamadas condados. Promover la creación del cargo del sheriff, William puso a los señores feudales los comerciantes y los agricultores sobre su control político.
En el año 1154, la dinastía Guillermo fue reemplazada por la dinastía de Plantageneta. Enrique II (1154 – 1189) fue el primer emperador de la nueva dinastía. Ansioso por ampliar sus poderes, Enrique II hizo que sus leyes fuesen válidas para toda la superficie de la isla. Para ello, formó un panel de jueces a cargo de la creación de tribunales en toda Gran Bretaña. Incluso el clero fue sometido a los dictados legales del nuevo rey. Delimitando sus medidas de centralización, Enrique II hizo que la nobleza tuviese que pagar impuestos y se estableció el control directo de los ejércitos.
En el gobierno de Ricardo I también llamado de Ricardo Corazón de León (1189 – 1199), el país entró en una lucha integral contra el ejército de Francia y las batallas de la Tercera Cruzada. La ausencia de la autoridad real permitió a los nobles ingleses volverse contra él. En el reinado de Juan Sin Tierra (1199-1216), el mantenimiento de los conflictos militares y los altos impuestos llevaron a la creación de una rebelión entre los nobles. Presionado por esta situación, Juan sin Tierra se vio obligado a firmar los acuerdos impuestos por la Carta Magna (1215).
Tras la firma del documento surgió el llamado Gran Consejo. A través de esta nueva institución política, el rey no podría aprobar nuevas leyes sin el consentimiento de la nobleza británica. Además, los acuerdos de la Carta Magna impedían al rey coartar la libertad de cualquier persona sin un juicio basado en la ley británica. Como primera prueba del Parlamento Inglés, el Gran Consejo, años más tarde, tuvo que admitir la entrada de la burguesía entre sus miembros.
Con el tiempo, el Gran Consejo fue ampliando sus facultades y también podían decidir si se realizaban declaraciones de guerra y de paz. En el año 1327, la supremacía política del Consejo llegó a deponer al rey Eduardo II y poner a su hijo, Eduardo III en el trono. En el siglo XIV, el Consejo se tuvo que dividir entre la Cámara de los Lores, compuesta por miembros de la nobleza, y la Cámara de los Comunes, compuesta de los caballeros y los burgueses.
En el siglo XIV, los británicos extendieron una vieja disputa territorial con Francia por la próspera región comercial de Flandes. Conocida como la Guerra de los Cien Años, este conflicto había llevado a un proceso de empobrecimiento que alcanzó su apogeo con la pandemia de la Peste Negra que sacudió a Europa. En consecuencia, el poder de la nobleza se vio debilitado y las revueltas campesinas habían agravado la situación.
En 1453, con el fin de la Guerra de los Cien Años, las familias de Lancaster y York en disputa la sucesión al trono Inglés. Conocida como la Guerra de las Rosas, este conflicto se resolvió cuando el Lancaster Enrique Tudor con el apoyo de la burguesía pretendía poner fin a la contienda. Nombrado como Enrique VII, el rey comenzó la dinastía de los Tudor, que fue pionera en el establecimiento de regímenes absolutistas, en Inglaterra.