El misterio fundamental del Universo, llamado de numerosas formas en las diferentes religiones, en palabras de Jesús se llamaba ‘Padre’, y de ahí que los cristianos llaman a Jesús, ‘Hijo de Dios’. En todo caso, tanto en su lenguaje como en su vida, existía una intensa intimidad con Dios y un anhelo por entrar a Él, así como la promesa de que, a través de todo lo que Jesús fue e hizo, sus incondicionales podrían intervenir en la vida del Padre en el cielo y podrían hacerse hijos de Dios. La crucifixión y resurrección de Jesucristo, a la que los primeros cristianos se refieren en el momento en que conversan de Él como de aquel que reconcilió a la humanidad con Dios, hicieron de la cruz el destacado centro de atención de la fe y devoción cristianas, y el símbolo más relevante del amor salvador de Dios Padre.
En el Nuevo Testamento, y por consiguiente en la doctrina cristiana, este amor es el atributo más relevante de Dios. Los cristianos muestran que Dios es omnipotente en su dominio especialmente lo que está entre la tierra y el cielo, recto a la hora de juzgar lo bueno y lo malo, se encuentra más allá del tiempo, del espacio y del cambio, sin embargo especialmente muestran que ‘Dios es amor’. La producción del mundo a partir de la nada así como de la especie humana fueron expresiones de ese amor, como igualmente lo fue la venida de Jesús a la Tierra. La manifestación clásica de esta confianza en el amor de Dios viene dada por las palabras de Jesús en el llamado Sermón de la Montaña: ‘Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?’ (Mat. 6,26). Los primeros cristianos descubrían en estas palabras una demostración de la privilegiada posición que tienen los hombres y las mujeres por ser hijos de un padre celestial como Él, y del lugar aún más especial que ocupa Cristo. Esa posición de excepción llevó a que las primeras concepciones de devotos le concedieran la misma categoría que al Padre, y a que después emplearan la expresión ‘el Espíritu Santo, a quien el Padre mandó en el nombre de Cristo’, como parte de la fórmula que se emplea en la administración del bautismo y en los diversos credos de los primeros siglos. Posteriormente a numerosas controversias y reflexiones, aquella expresión se transformó en la doctrina de Dios como Santísima Trinidad.
Desde un comienzo, la vía para adherirse en el cristianismo ha sido el bautismo ‘en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ o a veces, más simplemente, ‘en el nombre de Cristo’. En un comienzo, parece ser que el bautismo les era administrado especialmente a los adultos, tras haber expresado su fe y de haber garantizado rectificar sus vidas. La práctica del bautismo se generalizó más al extenderse igualmente a los niños. Otro rito que es consentido por todos los cristianos es el de la eucaristía o cena del Señor, en la que se comparten pan y vino, expresando y reconociendo así la realidad de la presencia de Cristo, tal como se conmemora en la comunión de unos con otros en la misa. La forma que fue adquiriendo la eucaristía a medida que evolucionó fue la de una cuidada celebración de consagración y de adoración, a partir de escrituras eucarísticas escritas especialmente en los primeros siglos del cristianismo. La eucaristía igualmente se ha convertido en uno de los destacados motivos de conflicto entre las diferentes iglesias cristianas, pues no todas concuerdan con la presencia de Cristo en el pan y en el vino consagrados y con el efecto que produce esta presencia en los que lo reciben durante las liturgias.
La comunidad cristiana misma, esto es, la Iglesia, es otro componente fundamental dentro de la fe y las prácticas del cristianismo. Algunos eruditos cuestionan la circunstancia de que se pretenda contraer que Jesús intentase hacer una iglesia (la palabra iglesia se menciona sólo dos veces en los Evangelios), sin embargo sus incondicionales siempre estuvieron persuadidos de que su promesa de estar con ellos ‘siempre, hasta el fin de los días’ se hizo realidad mediante su ‘cuerpo espiritual en la tierra’, esto es, la santa Iglesia católica (universal). La relación que preserva esta santa Iglesia universal con las diferentes organizaciones eclesiásticas que existen por toda la cristiandad es la causa a las destacadas divisiones entre ellas. El catolicismo ha tendido a equiparar su propia estructura institucional con la Iglesia universal, mientras que algunos conjuntos protestantes extremistas se han mostrado radicales en la postura de que ellos, y exclusivamente ellos, representan la legítima Iglesia visible. Aun así, cada vez un mayor número de cristianos de todos los sectores han empezado a admitir que no existe un exclusivo conjunto que tenga el derecho de apropiarse el concepto de Iglesia, y han empezado a trabajar para conquistar la unión de todos los cristianos.