La tráquea es un tubo cilíndrico vertical, de unos 20 cm de largo y 1,5 cm de diámetro. Situado entre la laringe y las dos ramas bronquiales, ejerce únicamente función respiratoria, estando presente en animales vertebrados, y algunos invertebrados, como anélidos y artrópodos.
En la parte superior del pecho, el nivel del esternón, es donde se divide la tráquea. En este momento, presenta un saliente llamado carina traqueal, acentuando la separación entre los dos bronquios. Estos tubos cortos, reforzados por el cartílago, llevan el aire a los pulmones.
Elástica, la tráquea se compone de tejido muscular liso, reforzado con alrededor de 15 piezas cartilaginosas con forma de ‘c’ en su longitud, unidas estas por tejido fibroso. Tales estructuras pueden ser sentidas al tocarnos el cuello con los dedos, en la región debajo de la nuez de Adán. En su región posterior, debido a la ausencia de estos anillos, la tráquea se presenta con gran capacidad móvil, necesaria para acompañar los movimientos del pulmón y permitir el peristaltismo esofágico.
Internamente, está recubierta por la mucosa respiratoria, formada por epitelio del tipo pseudoestratificado cilíndrico ciliado, con células productoras de moco, denominadas células calciformes. Cilios y moco humedecen y calientan el aire que respiramos. Además, funcionan como una barrera protectora de la tráquea y, consecuentemente, del sistema respiratorio; una vez que, al inspirar aire, partículas extrañas y microorganismos se unen a esta sustancia viscosa y son barridas por los cilios hasta la laringe. Estas pueden, entonces, ser encaminadas hacia el esófago, donde serán engullidas o eliminadas por las vías respiratorias a través de la tos.