La Teoría del flogisto decía que toda sustancia inflamable contenía flogisto, que era un misterioso líquido perdido en el momento de la combustión.
El fuego y la combustibilidad de ciertos materiales siempre intrigaron a los científicos y filósofos que buscaban una explicación para tales. Por ejemplo, en la época en que se creía en la Teoría de los Cuatro Elementos – que defendía que todo lo que existe en el Universo sería compuesto por cuatro elementos principales: tierra, fuego, aire y agua – se pensaba que todos los materiales combustibles contenían en sí el elemento fuego, que sería liberado cuando el material fuese expuesto a condiciones adecuadas.
También hubo los tres principios de Paracelso, que eran el mercurio, el azufre y la sal, siendo que el azufre sería el elemento que permitía determinado material quemar.
Con el tiempo, esta teoría fue abandonada y se han propuesto y aceptado otras alternativas. Entre ellas, una que se hizo muy popular era la teoría del flogisto. Comenzó con Johann Becher (1635-1682), quien en el año 1667 escribió la obra Physica subterranea, en la que propuso su propia teoría de los elementos. Según él, todas las sustancias sólidas se componen de tres tipos de tierras. Una de ellas era la terra pinguis (tierra grasa, en traducción libre), quedaba a la sustancia cualidades oleosas y combustibilidad. Así, un material combustible contendría las cenizas y la terra pinguis, pero después de sufrir combustión, liberaría la terra pinguis y sobrarían apenas las cenizas.
Esta obra de Becher llegó a las manos del médico y químico alemán Georg Ernst Stahl (1660-1734), quien en el año 1703 hizo su tercera edición, sin embargo, amplió el concepto de terra pinguis y comenzó a utilizar el término ‘flogisto’, del griego phlogios, que significa ‘fuego’. Así, esa teoría decía que cuando un objeto se incendiaba, este liberaba una sustancia misteriosa denominada de flogisto, pero apenas transferida de un objeto para otro.
Para Stahl, esta combustión era el mismo hecho que ocurría en el proceso de oxidación, donde el metal liberaba el flogisto y las cenizas mencionadas serían el óxido. El proceso inverso, donde el metal absorbía el flogisto de carbón, sería la fundición del metal. Esa idea duró casi cien años y varios científicos de la época basaron erróneamente sus descubrimientos en esa teoría.
Por ejemplo, el escocés Joseph Black descubrió un gas que era liberado en la combustión, que él denominó de ‘aire fijo’, pero hoy sabemos que es el dióxido de carbono (CO2). Ese gas fue identificado en diversas situaciones, como en la respiración y en la fermentación. Black supuso entonces que en la presencia exclusiva de ese ‘aire fijo’, los objetos no se incendiaban porque él ya había absorbido todo el flogisto existente en el sistema.
Por otra parte, otro científico importante, Joseph Priestley descubrió un componente del aire que se combinaba con los objetos cuando ellos entraban en combustión. Él llamó a ese elemento de ‘aire desflogisticado’ (aire sin flogisto) y decía que era por eso que los objetos combustionaban tan bien en su presencia.
El químico inglés Henry Cavendish había, aparentemente, descubierto el flogisto. Él reaccionó los dos ‘aires’ mencionados y obtuvo agua, es decir, el ‘aire desflogisticado’ sería el agua del cual fue extraído el flogisto, y muchos creían que el hidrógeno sería el propio flogisto.
Pero la Teoría del Flogisto fue derrumbada principalmente por los descubrimientos de Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794). Ese científico fue considerado el ‘padre’ de la Química Moderna porque en sus experimentos él utilizó importantes técnicas experimentales, tales como la utilización de balanzas con alta precisión para la época, realizó las reacciones en recipientes cerrados y anotó cuidadosamente todos los datos recolectados, como la masa de los reactivos y de los productos.
Priestley presentó para Lavoisier su ‘aire desflogisticado’ y después de realizar varios experimentos, Lavoisier descubrió que ese era uno de los componentes del aire, que era el responsable por la combustión de los materiales, sin él la combustión no ocurría, y no en razón de alguna liberación de una sustancia misteriosa, como el flogisto. La oxidación también era explicada por la combinación del metal con esa sustancia material dotada de peso que consistía en una porción del aire.
En 1777, Lavoisier dio el nombre para ese ‘aire’ de oxígeno, palabra que viene del griego ‘oxi’, que significa ‘amargo’, y genio, que quiere decir ‘generador de’ o ‘yo produzco’, porque él creía (y hoy sabemos que no es cierto) que el oxígeno estaría presente en todos los ácidos.
Por lo tanto, la teoría de oxígeno derrocó a la teoría del flogisto, que explica con más detalle los procesos de combustión y de la respiración.