Uno de los objetivos de la historia es el estudio de la acción de los seres humanos en el tiempo. Incluso a lo largo de las diferentes épocas históricas, varias formas de escribir la historia fueron desarrolladas y hasta finales del siglo XIX predominó el estudio de grandes personalidades y también de los grandes logros políticos y militares. Esta forma de estudiar la historia relegó a un lugar secundario, si no inexistente, la historia de las mujeres en la historia de la humanidad.
La explicación puede estar relacionada con el hecho de que la preponderancia y dominación masculina fueron instituidas, al menos en las sociedades occidentales, desde los orígenes de la civilización griega. Esa situación llevó a una situación dual: eran los hombres que conducían predominantemente las acciones políticas y militares; al mismo tiempo en que eran los historiadores (varones) quienes escribían la historia de esas acciones. La consecuencia fue una subalternidad o marginalización de las mujeres en los dominios políticos y militares ya públicos (puesto que en el ámbito doméstico la situación resultó ser poco distinta) y también como objeto de estudio historiográfico.
Sin embargo, desde el momento en que el capitalismo se convirtió en la forma de organización social y económica hegemónica en el mundo, a finales del siglo XIX y principios del XX, esta situación ha cambiado. En primer lugar, por acabar con el patriarcado característico de los modos de producción pre-capitalista. El patriarcado consistiendo en la organización de la fuerza de trabajo centrada en la estructura familiar doméstico fue desintegrado progresivamente con el salario individual de la fuerza de trabajo en el capitalismo, desplazamiento el centro de la organización del trabajo de las familias para las empresas.
Mientras el capitalismo desintegró el patriarcado, eso no puede ser dicho de igual forma acerca del machismo. El machismo sigue presente en las relaciones sociales y como parte integrante cultural de la gran mayoría de las civilizaciones del planeta. Los intentos, a menudo conseguidos, de mantener a la mujer en posiciones marginales en los ámbitos públicos, domésticos y empresariales todavía son reflejados en la actualidad. Pero los cambios proporcionados por el capitalismo en la organización del trabajo incidieron también en la relación entre hombres y mujeres. La necesidad de percibir salario llevó a las mujeres a alcanzar también la independencia y superación de esta subordinación a la que quedaron relegadas hace siglos a través de una dura lucha.
Las luchas por el derecho al voto, igualdad de salarios y derechos laborales resultarían desarrolladas durante el siglo XX, encontrando el pico con el movimiento feminista a finales de la década de 1960. Desde las luchas cotidianas, a veces silenciosas, la situación fue gradualmente ha cambiado, siendo, sin embargo, todavía latente en la segunda década del siglo XXI con muchas diferencias entre hombres y mujeres en el marco de las relaciones sociales. Pese a ello, varias conquistas fueron alcanzadas, principalmente en las relaciones laborales, políticas, empresariales y de libertad sexual. En la esfera doméstica, los cambios sucedieron a un ritmo más pausado. La violencia doméstica sigue siendo una realidad constante en la vida cotidiana de millones de mujeres. Sin embargo, esa realidad viene siendo combatida con nuevas legislaciones y una nueva forma de reeducación.
La historiografía acompaña estos cambios sociales, reflejando una forma peculiar de las luchas sociales en el ámbito académico. Desde la década de 1960, pasó a surgir una historia de las mujeres, con el propósito de constituir un campo específico del conocimiento historiográfico a menudo aislado. Según la historiadora Louise Tilly, el objetivo sería complementar la propuesta de Marc Bloch sobre la definición de ‘ciencia de los hombres en el tiempo’ para la ‘ciencia de las mujeres en el tiempo’. A través de posiciones prominentes se han logrado algunas interpretaciones acerca de las relaciones entre hombres y mujeres en el tiempo.
