En 1781, el capitán del barco negrero Zong comenzó a tirar por la borda su carga a fin de beneficiarse de un lucro asegurado. La carga de la que se desprendió incluía primero niños y mujeres y, más tarde, hombres, todos ellos esclavos. Sigue siendo considerado uno de los horrores de la Edad Moderna que exalta la rapacidad cruel del capital.
El navío se encontraba en ruta desde África hasta Jamaica, lugar donde irían a realizar el intercambio de los humanos en el mercado del Nuevo Mundo. Como solía ser característico en barcos de esclavos, su capacidad era sobrepasada inhumanamente: resultaba más económico saturar la capacidad del barco y echar por la borda aquellos que morían para maximizar las posibilidades de supervivencia de los pasajeros. En este caso en particular, más de sesenta esclavos y siete miembros de la tripulación sufrirían enfermedades y malnutrición.
Con una inversión en peligro de perderse, el capitán Luke Collingwood razonó que el navío resultaría en pérdidas económicas si sucumbía. En cuanto a su seguro, no reembolsaría en caso de que los esclavos fueran asesinados o arrojados al mar con el fin de sofocar una insurrección. Durante un lapso de tres días, a partir del 29 de noviembre, Collingwood mantenía 133 esclavos todavía vivos pero enfermos. Las últimas diez víctimas se soltaron con desprecio de las manos de sus verdugos y saltaron al mar abrazando de manera desafiante a la muerte. Estas medidas inhumanas adoptadas por el capitán le permitieron la oportunidad de intentar estafar a la aseguradora.
Cuando el Zong llegó a tierra, había perdido más de la mitad de esclavos de su carga original (440 esclavos). Los propietarios intentaron recuperar una cantidad compensatoria por aquellas víctimas asesinadas intencionadamente. La aseguradora, sintiendo la posibilidad de un fraude se rehusó a pagar.
El caso fue llevado a juicio por los propietarios en busca de obtener un beneficio por las supuestas pérdidas accidentales. La situación fue idónea para ejemplificar la escalofriante situación vivida por el sistema esclavo y su jurisprudencia.
Después de que el jurado se pusiera del lado del carguero contra la aseguradora, el asunto fue llevado a un nuevo juicio ante la Corte Suprema. En esta ocasión, el foco de la denuncia fue el asesinato de 133 personas. Lord Mansfield, examinando las nuevas pruebas presentadas, acusó a la tripulación de arrojar a los esclavos habiendo suficiente agua (mal manejo de la carga) y suspendió la validez del anterior juicio. Sin embargo, se desestimó tratar la demanda como un caso de asesinato.
Nadie fue procesado por los crímenes sucedidos. Sin embargo, el abolicionista Granville Sharp aprovechó esta referencia como un ejemplo perturbador de la maldad humana a fin de concienciar a la opinión pública y modificar las leyes específicas. Así, en 1807, Gran Bretaña puso fin al comercio de esclavos por ley con nuevas medidas aplicadas por las autoridades navales.