Tradicionalmente las fiestas de fin de año se tuestan con un viejo y sabroso vino. La bebida tiene características que van más allá del exquisito sabor, llegando a ser un auxiliar en la eliminación de toxinas de nuestro cuerpo.
Un buen ejemplo es la barbacoa, una actividad ociosa que frecuenta a ser realizada en fechas especiales y días familiares. La práctica siempre es vista como enemiga de la salud dietética, pues las carnes preferidas son las más grasientas. Tenemos aquí un consejo de cómo moderar los efectivos nocivos de la grasa en el organismo.
Los malos efectos de la ingesta de carne pueden ser suavizados con la ingesta de una pequeña cantidad de vino, más precisamente de los polifenoles presentes en la bebida. La razón aquí responde al malondialdehído, una sustancia resultante de la digestión de las moléculas de grasas y responsable de los daños al sistema cardiovascular. Los polifenoles derivados de la uva, una vez presentes en nuestro organismo, responden impidiendo parte de la absorción de este aldehído indeseable.
Los polifenoles presentan también la propiedad antibacteriana, que es un beneficio para nuestra salud oral. Pero no se anime, para surtir efecto es necesaria una dosis razonable de la sustancia, y como no es aconsejable ingerir altas dosis de vino, lo ideal es el uso de tal sustancia en los colutorios (enjuagues bucales).
El fermentado de uva contiene también la sustancia resveratrol, un polifenol que promueve el refuerzo de las defensas del organismo, posee gran valor terapéutico y actúa como preventivo de enfermedades cardiovasculares.
Ante tantos beneficios, recuerde: la ingesta excesiva de vino no es aconsejable, porque la bebida sólo llega a ser eficaz si se consume a largo plazo (pequeñas dosis diarias en el transcurso de varios años).