La agitación social de Francia a finales del siglo XVIII dio lugar a la aparición de nuevas fuerzas políticas y líderes como Marat y Robespierre, que asumirían la dirección del país de manera transitoria.
Las facciones políticas de carácter patriótico que se enfrentaron durante el período previo a la instalación del Directorio fueron las relativas a jacobinos y girondinos. Ambos aglutinaron las dos corrientes de pensamiento que prevalecieron en los primeros años de la revolución.
En 1788, el año antes de la caída de la Bastilla, el rey Luis XVI se vio obligado a convocar la Asamblea General de los Estados –clero, nobleza y plebeyos. Los plebeyos eran parte de la burguesía en ascensión y, por ser numerosos, luego asumieron el control. En poco tiempo, la Asamblea Nacional proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y se transformó en la Asamblea Nacional Constituyente – lo que le dio la dirección necesaria para el proceso revolucionario.
Fue en esa época agitada que clubes recién formados se transformaron en improvisados centros de actividad político. El Club de los Jacobinos tuvo origen en el Club Bretón, fundado en Versalles por los diputados de tendencias liberales de la región de Bretaña, luego después de la inauguración de los Estados Generales. Después del histórico 6 de octubre –cuando el pueblo hambriento atacó Versalles y trajo para París a la familia real –, el club de los Jacobinos pasó a reunirse en el convento de los dominicanos jacobinos; desde entonces sus adversarios, por ironía, pasaron a llamarse por ese nombre.
De ideología liberal burguesa, los jacobinos –en su mayoría respetables hombres de clase media –querían el triunfo de la revolución, primero en Francia y pronto en toda Europa. Para sus fines eran cada vez más extremos. Se consideraban una élite idealista que podría salvar el país, y en vista de esa pretensión los clubes jacobinos crecieron en todas las provincias, generalmente conectados al centro parisino, y formaron una organización que concentraba un enorme poder.
El grupo de los girondinos, formado por miembros de la región de Gironda, en el suroeste de Francia, fue considerado «de derecha». En realidad, los términos «derecha» e «izquierda» fueron acuñados por la revolución con base al hecho de que, en la Asamblea Nacional, los diputados más radicales se reunían a la izquierda del representante que presidía los debates, mientras los moderados se mantenían a la derecha.
Los girondinos fueron liderados por Jacques Brissot, ex-panfletista y el hijo del dueño de un restaurante. Federalistas, los girondinos defendían la guerra y la violencia para el triunfo de la revolución, no sólo en Francia sino también en todas las naciones europeas. Victoriosos en las elecciones de 1791, formaron ministerio en marzo de 1792 y persuadieron al rey de declarar la guerra a los Países Bajos austríacos, que en la época encabezaban un movimiento dentro de Europa para restaurar la monarquía en Francia.
La guerra resultó un desastre y sumió al país en una crisis económica y social sin precedentes, marcada por el hombre y revueltas populares y también por la invasión de tropas austríacas. Se decretó el fin de la monarquía y la asamblea, incapaz de controlar la crisis, fue disuelta. La Convención Nacional, elegida en septiembre, llevó a la guillotina a la familia real, lo que causó gran escándalo, una guerra expansionista y las rebeliones en el interior pusieron la nación al borde del abismo.
Con la creación del tribunal revolucionario para rastrear a los traidores del régimen, comenzó el período conocido como el Terror, cuyo principal objetivo fue el Club de los Jacobinos. Los girondinos, acusados por la derrota militar y el fracaso económico cayeron y los jacobinos, sobre el liderazgo de Maximilien Robespierre llegaron al poder. El tribunal, apoyado por la «ley de los sospechosos» llenaba cárceles de supuestos contrarrevolucionarios entre los cuales había un gran número de diputados girondinos, que de allí salieron para la guillotina. El término «enemigo del pueblo» designaba cualquier persona acusada de oposición por cualquier motivo. Nadie estaba seguro; el Terror sacrificó millares de vidas con el pretexto de defender la revolución.
El 26 de julio de 1794, Robespierre se superó y exigió una convención ya vaciada por la guillotina, una purga aún mayor. Protegiendo sus propios pescuezos, los diputados ordenaron su arresto. Después de una gran noche de disturbios en la calle, Robespierre, sin juicio, fue ejecutado en la guillotina, destino que había dado a tanta gente. Después de lo sucedido, los jacobinos comenzaron a desaparecer como entidad política.