Con la promesa de ir directamente al cielo sin pasar por el purgatorio, muchos hombres eran exhortados por los inquisidores para ir a la guerra contra los herejes. Después de ser acusados, los herejes tenían pocas posibilidades de supervivencia o probablemente ninguna. A menudo las víctimas no conocían a sus acusadores, que podían ser hombres, mujeres e incluso niños. El proceso era breve. En otras palabras: rápido, sin ninguna formalidad, sin ningún tipo de derecho de defensa.
La Iglesia de Roma, bajo el pretexto de que poseía las llaves del cielo y el infierno, y los poderes para liberar a las almas del purgatorio y de perdonar los pecados, pretendía ser universal, dominar las naciones bajo la presión de sus gobiernos y establecer sus campos en todo el planeta. Durante los tiempos de persecución contra grupos e individuos contrarios a la Iglesia, se procuraron diversas formas de tortura y asesinato de los infieles. Los instrumentos de tortura solían ser, entre otros, los siguientes:
- El pesebre, para mover las articulaciones del cuerpo.
- Hierro a temperaturas elevadas frotado con varias partes del cuerpo.
- El uso de las ‘botas españolas’ para dañar las piernas y pies hasta partir varios huesos.
- El empleo de la Virgen del Hierro, equipado con cuchillos, que, cuando estaba cerrado, arrancaba el cuerpo de la víctima y dejaba el cuerpo en suspensión violenta. Amarrado por los pies, la suspensión causaba el desplazamiento de las articulaciones.
- Plomo fundido sobre los oídos y la boca.
- Extracción violenta y dolorosa de los ojos.
- Latigazos feroces obligando a los herejes a saltar desde los acantilados para cometer su propio suicidio.
- Tragar pedazos del cuerpo de sí mismos o ingerir los excrementos y la orina.
- Un artilugio que tenía la intención de aplastar a los cuerpos de los herejes y que funcionó en Inglaterra, Holanda y Alemania y se destinaba a la trituración de los cuerpos.
- Un artilugio que fue utilizado para desmembrar los cuerpos de las víctimas.
- Una máquina que fue fabricada específicamente para aplastar la cabeza del condenado lentamente y de manera dolorosa.