Los incendios forestales destruyen millones de hectáreas de bosques cada año en Estados Unidos solamente. No se necesita mucho para empezar, sólo una chispa, o el calor del sol, incluso bajo condiciones específicas, puede desencadenar un incendio de proporciones catastróficas.
Los incendios forestales se diferencian de los incendios comunes, por la magnitud de los daños. Un incendio forestal se produce, como su nombre indica, en los bosques. Es decir, lugares donde la concentración de potenciales combustibles es muy grande, lo que contribuye a su mayor gravedad.
Aunque los incendios forestales puedan tener causas naturales, la mayoría sucede actualmente por la acción descuidada, voluntaria o involuntaria, del ser humano. Colillas de cigarro, hogueras mal apagadas, o incluso criminales pirómanos, son cada vez más comunes.
Los incendios forestales causan importantes daños a nivel ambiental y social, pues ponen en peligro todos los habitantes que viven alrededor de la zona incendiaria, hasta incluso, meses después de que el incendio haya sido controlado. Fue lo que sucedió en Estados Unidos en 1994, cuando, dos meses después de un devastador incendio sobre 2000 acres de bosques en Storm King, Colorado, una lluvia fuerte desencadenó un deslizamiento de toneladas de lodo y escombros en un tramo de cerca de 5 kilómetros de una carretera. El lodo arrasó consigo dos vehículos y dejó a otros 30 afectados.
Con el fin de iniciar un incendio de forma espontánea tres componentes son necesarios: calor, combustible y oxígeno. Estos tres componentes se denominan en su conjunto el triángulo del fuego para quienes participan en extinción de incendios. El modelo sirve como referencia para la actuación de especialistas.
Los incendios forestales ocurren a menudo en tiempos de sequía y el calor, cuando la vegetación (combustible) es de baja humedad. El calor solar sobre las hojas secas o tallos de arbustos pueden estimular la fácil y rápida propagación en caso de incendio. Además, los vientos, el fuego, el humo y el calor contribuyen a secar aún más el resto de vegetación contigua.
Tres factores contribuyen a la propagación del fuego: el viento, los combustibles y la topografía.
El viento es el factor más importante que interfiere con la velocidad de propagación y la intensidad de un incendio. En una región con fuertes vientos el fuego tiende a extenderse más rápido, hasta 23 kilómetros por hora. El calor producido por el fuego todavía produce ráfagas que aumentan hasta 10 veces al a velocidad de los vientos locales creando, en ciertas situaciones, remolinos de viento que desplazan el incendio principal, constituyendo nuevos focos de incendio.
Los combustibles (vegetación) y su estado determinan la propagación del fuego. Así, cuando la vegetación es abundante y, a su vez, muy seca, se da una situación idónea del dominio del fuego sobre el área.
Ya la topografía interfiere en el sentido de que el fuego tiende a propagarse más rápidamente en la subida que en el descenso. La razón se debe a que, por lo general, la dirección del viento en una montaña o colina es hacia arriba, lo que hace que las llamas y el humo se mantengan en este sentido, secando la vegetación y acelerando la quema del entorno. Afortunadamente, cuando un incendio alcanza la zona alta de una colina, él generalmente se extingue, dado que el combustible ya fue totalmente quemado y no conseguirá propagarse en sentido opuesto al viento. Pero lo contrario puede suceder. Si el viento se mantiene en sentido descendente, el fuego puede extenderse hacia abajo, aunque es inhabitual.