El agua es un bien ambiental insustituible a las necesidades humanas básicas, como la salud, la producción de alimentos, y el desarrollo de las actividades humanas, incluida la agricultura, que tiene una influencia decisiva en la calidad de vida de las personas y en el mantenimiento de los ecosistemas.
La masa de agua ocupa el 75% de la superficie terrestre, siendo distribuido por los mares y océanos (97%), los casquetes polares (2%) y para el consumo humano (1%). Los mares y los océanos tienen una capacidad de absorción, dispersión y dilución de la contaminación limitada, habiendo servido como último depósito de los desechos humanos (fertilizantes, metales pesados, residuos urbanos e industriales), especialmente en las últimas décadas, la contaminando las aguas marinas.
El agua dulce que existe para el consumo se divide en los ríos, lagos, cursos de agua y subsuelos de hasta 800 metros. Esta pequeña cantidad de agua disponible para consumo humano demuestra la necesidad de utilizar el recurso de manera sostenible. Las reservas de agua dulce todavía existen, pero han sufrido, en los últimos 50 años, una reducción cuantitativa (casi el 62%) y cualitativa (con cambio profundo en las condiciones ecológicas de los cursos de agua), debido principalmente al crecimiento de la población, la explosión industrial y la descarga directa de aguas residuales domésticas, industriales y agrícolas y ganaderas que no están sujetos a tratamiento.
Estas obras de ingeniería llevadas a cabo sin el necesario cuidado del medio ambiente, han contribuido a la degradación de la calidad del agua y el medio ambiente.
Las empresas deben adaptarse a la escasez y la pérdida de calidad del agua potable, sin menoscabo de las necesidades vitales, la calidad de vida y el desarrollo socio-económico. La capacidad de adaptación dependerá de los recursos sociales disponibles y técnicos, lo que implica un gran esfuerzo concertado entre los gobiernos y los ciudadanos.
Sin embargo, la mejora de la eficiencia del uso del agua no significa necesariamente una reducción de la demanda en general en todas las regiones de un país, en la medida en que no habrá un aumento en la capitación en las zonas más desfavorecidas o nivel socio-económico bajo (pobreza). Mejorar el uso de los medios que proveen agua es fundamental para todas las otras dimensiones del desarrollo sostenible.
Actualmente hay identificados en todo el mundo, 261 de las principales cuencas de los ríos, cuyos afluentes cruzan fronteras políticas de dos o más estados independientes y que corresponden a alrededor del 60% del flujo global del planeta.
El agua debería ser así no solamente la fuente de la vida, sino también de integración local, prosperidad y seguridad ambiental, no transformándose en una fuente de conflictos y de guerras, obstáculo para la gestión eficiente y cooperativa de los recursos disponibles.
La creciente preocupación ambiental fue introducida en el Derecho Internacional del Agua, tocando la sensibilidad económica y ecológica de los estímulos de agua importantes en esta evolución.
Una forma de facilitar el intercambio eficiente y equitativo de los beneficios proporcionados por los recursos hídricos entre Estados que los comparten sería la fijación de mercados internacionales de agua entre esos países y una aceptación justa por los precios de agua. Para ese fin, deberían desarrollarse instrumentos jurídicos en términos comunitarios.
Chile es uno de los pocos países en desarrollo que fomenta el mercado de agua, siendo más activo en las regiones norte y centro del país, donde el agua es escasa y los costos de transacción bajos.