Adrenalina es una hormona secretada por la porción medular de las glándulas suprarrenales, su liberación a la sangre a través de una señal de un neurotransmisor del cerebro. Esta señal es liberada en respuesta al gran estrés físico o mental y se enlaza a un grupo especial de proteínas que reciben los mensajes (receptores adrenérgicos), preparando al organismo para un gran esfuerzo físico: sudor, dilatación de las pupilas y de los bronquios, elevación el nivel de azúcar en la sangre, entre otros.
La adrenalina provoca un gran aumento en la frecuencia cardíaca y la presión arterial aumenta, causando que la sangre llegue rápido a los órganos más importantes como el cerebro y el corazón; para que eso suceda los vasos se contraen quedando más finos, y si alguna arteria que lleva sangre al corazón estuviera obstruida, hará con que la sangre no llegue al órgano y podrá así ocasionar la muerte de un conjunto de células por falta de oxígeno (infarto).
La palabra ‘adrenalina’ es atribuida al científico que consiguió aislar esa hormona por primera vez, el japonés Jokichi Takamine que elaboró este término tomando el nombre de los riñones, sobre el cual se sitúan las glándulas secretoras. Utilizó entonces ad- (prefijo que indica proximidad), renalis (relativo a los riñones) y el sufijo –ina, que se aplica algunas sustancias químicas (aminas).
Un corredor preparándose segundos antes de la salida, un surfista remando para deslizar mejor la onda, los boxeadores enfrentados en el ring. ¿Qué tienen todas esas situaciones distintas en común? La adrenalina que las une y, independiente de la modalidad o del grado de la radicalidad del ejercicio, ella surge como fuerza propulsora para la práctica de todos los deportes. La adrenalina acelera el razonamiento, dilata las pupilas mejorando la visión y hace que el trabajo de los pulmones se intensifique. El deportista tiene que estar preparado para lidiar con esos picos disparados por la adrenalina, el problema es vivir incesantemente bajo ese efecto.