La radiodifusión, en sí misma, no era un descubrimiento sino un nuevo campo de aplicación de la radioelectricidad. Para su desarrollo, contribuyeron científicos y técnicos de diferentes países, con sus estudios especializados en electromagnetismo a fines del siglo XIX. En la época, ya existían dos medios de comunicación rápida a larga distancia: el telégrafo y el teléfono, ambos capaces de enviar señales a través de cables. La llegada de la radio, que transmitía sus mensajes a través del aire, revolucionó, por tanto, las comunicaciones.
En Rusia, Aleksandr Stepanovitch Popov y, en el Reino Unido, Sir Henry Bradwardine Jackson y Sir Oliver Joseph Lodge lograron en 1895 y 1896, transmitir señales a distancias cortas. Falto, sin embargo, que el italiano Guglielmo Marconi registrase en junio de 1896, en Londres, la primera patente de un sistema de radiocomunicación, inventado con base a investigaciones anteriores de Michael Faraday, James Maxwell, Heinrich Rudolf Hertz y otros. Aprovechando el cohesor de Edouard Branly, la antena de Aleksandr Popov y la sintonía de Oliver Lodge se permitiría seleccionar la recepción de apenas una frecuencia específica entre las numerosas que pueden ser captadas por una antena. Ya en el mes siguiente Marconi emitió señales y las captó a una centena de metros. Esa distancia se amplió, en el mismo año, para dos kilómetros y, en mayo de 1897, para 13 kilómetros.
A comienzos del siglo XX, las señales de telégrafo transmitidas por ondas de radio cruzaban el Atlántico Norte. Se recibía en St. John, Canadá, las señales enviadas desde Poldhu, Cornwall, en la costa inglesa occidental. Países tan lejanos como Australia y Gales empezaron a intercambiar mensajes. Dos inventos dieron un nuevo impulso a la radiodifusión: el transmisor –capaz de producir una onda regular y continua, con la transmisión precaria, de música y voz humana– y la válvula radioeléctrica, gracias a la cual fue posible mejorar la reproducción de los matices de sonido transmitido.
Comenzaron desde entonces las emisiones radiofónicas. En 1908, Lee De Forest realizó, desde lo alto de la torre Eiffel, una emisión escuchada en los puestos militares de la región y hasta por un técnico en Marsella. Un año después, la voz del tenor Enrico Caruso era transmitida en el Metropolitan Opera House. En 1916, De Forest instaló una estación emisora experimental en Nueva York. Con el final de la Primera Guerra Mundial, la radiofonía evolucionó de forma rápida.
La fase experimental finalizó con la instalación en noviembre de 1919 de una estación de radio regular en Rotterdam, Países Bajos. Al año siguiente, se abrió la primera cadena privada en Pittsburgh, Estados Unidos, con el prefijo KDKA. El transporte marítimo, que ya venía usando la radiotelegrafía desde el inicio del siglo, pasó a adoptar la técnica de radiotelefonía de manera complementaria. Las estaciones amateur comenzaron a transmitir programas musicales y el interés del público por los receptores aumentó considerablemente. En la década de 1920, varios países montaron estaciones de emisión regular: Alemania, Argentina, Checoslovaquia, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Reino Unido, Francia, Italia, Japón, Noruega, Suiza y la Unión Soviética. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, había 675 estaciones en funcionamiento.
La proliferación de estaciones de radio en los Estados Unidos plantearía un problema inesperado: las olas se mezclaban en el aire, lo que provocaba interferencias entre ellas. El espectro se estaba convirtiendo en hacinamiento. Se hizo necesario regular, a través del Departamento de Comercio, las frecuencias de emisoras de radio, mediante el examen de calidad de cada una. También pasaron a ser determinadas las horas en las que la radio podía funcionar. Hubo respuesta, y el caso fue a parar en 1924 a los tribunales, que decidieron contra los poderes del Departamento de Comercio. Se siguió un periodo de caos en el aire hasta que, en febrero de 1927, el Congreso intervino. Se creó una comisión federal de radiocomunicaciones, a la cual eran transferidas las atribuciones legislativas antes negadas al Departamento de Comercio.
En Europa, la interferencia resultó ser menos aguda, pero empeorada por otra cuestión: las estaciones de radio se mezclaban entre países de diferente habla, dada la proximidad de las fronteras. Se imponía, por tanto, un órgano internacional de regulación. Eso fue hecho por la Unión Radiotelegráfica Internacional (URI) a partir de 1925. Los gobiernos se entendieron sobre la necesidad de definir las frecuencias y asegurarles el empleo más eficaz posible. La primera medida entraría en vigor en noviembre de 1926. Otras, tanto europeas como intercontinentales, vendrían después.
En 1932, la Liga de Naciones, comenzó a transmitir mensajes a los estados miembros y sus organismos de acción local, en ondas cortas, en inglés, francés y español. En 1938 la BBC inició la transmisión de programas en árabe, así como español y portugués para América Latina. Durante la Segunda Guerra Mundial, la radio fue usada como herramienta propagandística en varios países.
En 1948, con base a las propiedades de germanio y de silicio, materiales semiconductores, los americanos John Bardeen, Walter Houser Brattain y William Bradjord Shockley crearon el transistor. Su aparición provocó una auténtica revolución en la radiodifusión, pues llevó a las regiones más remotas las radios portátiles. La radio, por su mayor alcance, pasaron a sustituir a los periódicos como vehículo de noticias, principalmente en países de poblaciones dispersas.
En las últimas décadas del siglo XX, el prestigio de la radio popular como vehículo de comunicación de masas fue compartido con la televisión, a pesar de que tanto él como el otro vehículo se han ampliado en gran proporción. Apareció así la falacia del argumento, muy en boga en los primeros días de la televisión, según la cual presentar imagen y sonido de manera simultánea, condenaría la radio a su muerte.
